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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La cueva de Gibraltar la goza con Sánchez

Los contrabandistas apedrean a policías españoles en una playa del El Peñón y Picardo se hace el ofendido y nos abronca, conocen la debilidad del Gobierno

Imagínense esta fábula: merced a un rancio tratado de 1713, que hacía española una fortaleza inglesa y sus aledaños, España conserva en pleno siglo XXI una ciudad de su soberanía enclavada en la panza del Sur de Inglaterra. La plaza se llama Shoreham-by-Sea, tiene 50.000 habitantes, y está a solo diez kilómetros de Brighton, joya del turismo inglés. ¿Y qué hacen los españoles en su colonia inglesa de Shoreham? Pues han montado allí una cueva de Ali Babá, una suerte de paraíso fiscal, con más empresas que habitantes -ninguna con actividad real en la ciudad-, un enclave donde se blanquean capitales y donde se tolera toda una próspera industria del contrabando.

Pues bien, la metáfora anterior recoge perfectamente lo que es Gibraltar: un vidrioso foco de cieno incrustado en la costa española. Acaba de producirse un hecho que deja a las claras lo ya sabido: aquello es un barco pirata en forma de Peñón. En la madrugada del jueves, una embarcación auxiliar de Vigilancia Aduanera se averió durante una operación contra el contrabando de tabaco y acabó en la playa de Levante de Gibraltar. Allí dos agentes españoles fueron apedreados por los contrabandistas que estaban afanados en sus zodiacs y sus fardos. A uno le rompieron el tabique nasal y el otro está hospitalizado por heridas serias en la cara. Por supuesto, ni rastro de las fuerzas de seguridad gibraltareñas en auxilio de sus colegas españoles agredidos (lógico: control policial y Gibraltar es un perfecto oxímoron).

La primera reacción española fueron unas palabras de la ministra Marisu Montero, que con su habitual dialéctica confusa e inextricable se limitó a expresar su solidaridad a los agentes y a soltar un par de topicazos, pero sin una sola alusión a que Gibraltar es una cueva de contrabandistas que tolera estas prácticas. Poco después, el Gobierno de Picardo se permitía el cinismo de emitir una nota airada acusando a España de «grave violación de su soberanía». Es entonces cuando por fin despierta el ministro Albares, que condena «tajantemente» el comunicado de Gibraltar y «exige» medidas de control del contrabando. Pero la nota de Albares añade algo más, una frase que delata la empanada naif de nuestro Gobierno y su pésima diplomacia: lo sucedido «resulta especialmente incomprensible en el momento en el que España ha puesto sobre la mesa un acuerdo para crear una zona de prosperidad compartida». En efecto: una vez más se ha hecho el canelo y cuando nos damos de bruces con la realidad nos resulta «incomprensible».

¿Qué late tras todo esto? Pues lo de siempre: la zarrapastrosa diplomacia de Sánchez, que en lugar de haber aprovechado la coyuntura del Brexit para presionar a favor de los intereses españoles en la zona ha adoptado una lamentable política de entreguismo ante los ingleses y su filibustero en jefe en el Peñón. Una vez más afloran los prejuicios tontolabas de una izquierda alérgica al más básico patriotismo. En efecto: defender la españolidad de Gibraltar les suena a Franco (al igual que apoyar la unidad nacional, el idioma español o el valor de nuestra cultura e historia).

Picardo ha encontrado un filón en nuestro regresismo gobernante. No verán a Mi Persona, tan bravucón a la hora de zurrar a los jueces, los empresarios y la oposición, salir en defensa de los agentes españoles apedreados por los contrabandistas de Gibraltar. Si al menos hubiesen sido mossos catalanes a lo mejor se lo pensaba...