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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Nodrizas superiores

La cultura promovida por el poder no puede ser sino anticultura, para entendernos, pura basura

Este artículo es una glosa libre de un texto de Nietzsche. El mérito es suyo y lo que tenga de molesto, también. Por mi parte, lo hago enteramente mío. El texto pertenece al capítulo titulado «Lo que los alemanes están perdiendo» de su libro Crepúsculo de los ídolos, terminado en el verano de 1888. Es difícil encontrar algo más demoledor sobre el estado de la educación, pero de una educación que era muy superior a la actual en Europa en general y en España en particular.

Para empezar, y no está mal, la cultura y el Estado son antagonistas. El «Estado de cultura» no pasa de ser una idea moderna. «Lo uno vive de lo otro, lo uno prospera a costa de lo otro. Todas las épocas grandes de la cultura son épocas de decadencia política: lo que es grande en el sentido de la cultura ha sido apolítico, incluso antipolítico». La cultura promovida por el poder no puede ser sino anticultura, para entendernos, pura basura. Pero la cultura sigue siendo lo principal. Quien se ocupe de la cultura debe abandonar el ámbito de la política. Porque hará una cosa, o la otra, o ninguna.

Y Nietzsche se lanza a una diatriba contra la educación en la Alemania de su tiempo. Repito: en la Alemania de su tiempo. Hoy no tendría palabras para referirse a la educación en España, la que ha forjado la generación mejor preparada de la historia. Preparada, ¿para qué?

Para lograr la finalidad de la educación son necesarios educadores y no profesores de Instituto y doctos de Universidad. Lo que las «escuelas superiores» de Alemania logran es un adiestramiento brutal con el fin de hacer aprovechable para el servicio del Estado, con la menor pérdida de tiempo posible, un gran número de jóvenes. Nada tiene esto que ver con la verdadera cultura superior.

«Educación superior» y gran número –son cosas que de antemano se contradicen. Toda educación superior pertenece sólo a la excepción: hay que ser privilegiado para tener derecho a un privilegio tan alto. Ninguna de las cosas grandes, ninguna de las cosas bellas, puede ser jamás bien común: pulchrum est paucorum hominum [lo bello es cosa de pocos hombres]. El «democratismo» general ha producido la decadencia de la cultura. Ya nadie es libre en Alemania de dar a sus hijos una educación aristocrática. En todas partes reina una prisa indecorosa para que el joven sepa cuanto antes cuál será su profesión, pero un hombre superior no ama las «profesiones» precisamente porque se sabe con una vocación. Tiene tiempo, sabe que, a los treinta años, en el sentido de una cultura elevada, se es sólo un principiante, un niño.

La educación tiene tres grandes tareas: aprender a ver, aprender a pensar y aprender a leer y a escribir. En estas tres cosas consiste la meta de una cultura aristocrática. La educación es hoy mera instrucción, información, y no siempre correcta. Pero no es fácil encontrar, ni siquiera en el ámbito de la filosofía en la universidad, profesores que sientan que el objetivo de su tarea consista en enseñar a pensar. O no es necesario pensar o se trata de algo así como una destreza innata, natural, como andar erguido.

«Hay necesidad de educadores que estén educados ellos mismos, de espíritus superiores, aristocráticos, probados en cada instante, probados por la palabra y el silencio, culturas que se hayan vuelto maduras, dulces, –no los doctos zopencos que los Institutos y la Universidad ofrecen hoy a la juventud como 'nodrizas superiores'». Y esto, en Alemania y hacia 1888. El problema es que, en nuestro tiempo, apenas se entienden estas palabras ni se siente la necesidad de lo que reclaman. El jardín de infancia no acaba nunca. El dardo no puede ser más atroz, punzante y certero: «nodrizas superiores».