Idiotas y cursis
Un bautismo por lo civil es como un socialista sin resentimiento, es decir, imposible de toda imposibilidad. El no creyente no puede sentirse discriminado por los creyentes. Nadie le exige que bautice a su hijo
La imbecilidad y la memez no están reñidas con la cursilería. Pasean de la mano. Al menos, en los alrededores del Ayuntamiento de Valencia. El señor alcalde de la Capital del viejo Reino ha decidido instituir los bautizos civiles para garantizar la igualdad de los no creyentes. Recuerdo el divertido sucedido que protagonizó un juez de distrito hace algunos años. Se presentó ante su señoría un matrimonio acompañado de una niña vestida de blanco.
«Deseamos, señor juez, que nuestra hija haga la primera comunión por lo civil. Todas sus compañeras de clase lo han hecho por la Iglesia, pero no somos creyentes. Y le hemos organizado una fiesta de primera comunión porque ella también tiene derecho al festejo. Ha invitado a sus amigas, y hemos contratado el local, la merienda, un guiñol, y un mago que hace trucos. Por ello le solicitamos que sea usted el encargado de darle la primera comunión estrictamente por lo civil».
La niña dio la fiesta pero sin primera comunión por lo civil, porque el juez no sabía cómo se hacía eso.
Los bautizos civiles valencianos serán denominados, clamorosa cursilería, «ceremonias de bienvenida a la ciudadanía», y «serán actos de carácter formal y protocolario sin efectos jurídicos».
Que me aten esa mosca por el rabo.
El bautismo es el primero de los sacramentos del cristianismo, con el cual se da el ser de gracia y el carácter cristiano. Y durante el bautismo se impone al bautizado el nombre elegido por sus padres después de consultar con el Santoral. Hay padres no creyentes que no bautizan a sus hijos y les ponen unos nombres bastante graciosos. En Jerez de la Frontera hay un niño –ya será mayorcito–, al que sus padres llamaron Kelvinator, en homenaje a su primer frigorífico. Y en el Registro Civil de una importante localidad extremeña, destaca el apunte de un niño que se llama «Epiblás». Sus padres se divertían mucho con los programas de Epi y Blas en la televisión, y no estaban dispuestos a establecer diferencias entre uno y otro. Unieron los nombres de los dos protagonistas, y le endilgaron al pobre hijo el Epiblás de rigor, que en los primeros años de su vida, como el Kelvinator jerezano, preguntaba angustiado a los memos de sus hacedores. «Papá, Mamá, ¿cuándo es mi santo?».
Un bautismo por lo civil es como un socialista sin resentimiento, es decir, imposible de toda imposibilidad. El no creyente no puede sentirse discriminado por los creyentes. Nadie le exige que bautice a su hijo. Acude al Registro, le concede un nombre, y queda inscrito con efecto jurídico sin problema alguno. Pero lo del bautismo civil establecido como «bienvenida a la ciudadanía» no es más que una gamberrada, amén de una cursilería progre de carácter mayúsculo. Comparado con el alcalde de Valencia, que ignoro si es socialista, podemita o de Compromís, la figura de un cisne de nácar nadando entre nenúfares de malaquita espolvoreados de minúsculos motivos dorados, es una figura austera y sencilla a la par. Este alcalde de Valencia, o el concejal de turno, son más cursis que un sobre que contenga un mechón de cabello de la primera novia, que una garza de marfil, que unos pantalones pitillo, que un disfraz de «pierrot», o que una pareja de recién casados que confiesa a sus íntimos, con inicios de puchero, durante la cena de su boda que «somos muy felices y nos amamos mucho».
Pobres niños «bienvenidos a la ciudadanía».