Un trabajo inútil
Suerte de personas como mi tía que honran el sacrifico de tantos robles y arces y suerte de tantos escritores que, a pesar del triste futuro que aguarda a muchas de sus obras, siguen pensando y ordenando frases para iluminar la oscuridad reinante
El otro día fui a visitar a mi tía en el lugar donde trabaja. Lleva toda la vida en la misma institución (primer motivo de escándalo en un mundo que te hace saltar de un trabajo a otro como si te fueras de vinos) y además lleva toda la vida rodeada de libros antiguos: ordenándolos, catalogándolos y ofreciéndolos a doctores, investigadores y curiosos que están interesados en una temática muy difícil de encontrar (segundo motivo de escándalo en un mundo que considera investigación leer dos artículos en internet). ¡Qué manera de perder el tiempo! dirán algunos.
La fundación en la que trabaja tiene un siglo de historia, los libros que cataloga son antiguos la mayoría de ellos y los muebles en los que descansan también parecen salidos de otra época. Se respira majestuosidad mezclada con cierto olor a humedad. Es una biblioteca lóbrega, como no podía ser de otro modo.
Entrar en esa biblioteca es como hacer un viaje al pasado, cuando todas las cosas –las mesas, las sillas, las estanterías, las puertas, las luces, el suelo, las ventanas y el techo–, se hacían con mucho amor, con mucho arte y con mucho esmero.
Seguramente los estudiantes de Hogwarts, al entrar en la biblioteca de mi tía, se sentirían en casa. Es difícil cruzarse con Dumbledore pero los espíritus del pasado campan a sus anchas como Myrtle la llorona.
A mi tía se le acumula el trabajo (¡qué buena noticia!); montañas de libros que podrían sostener un edificio, están esperando turno para ser catalogados. A la gente cada vez le importa menos el papel y los libros en general. Así que cuando se mueren los mayores de la casa, lo primero que hace la familia es echar a la basura todas esas frases que algún día alguien pensó y plasmó en un papel para iluminar un rincón de la realidad. ¡Qué manera tan triste de deshonrar la muerte de un árbol echando a la basura su fruto más preciado!
Y claro, ahí está mi tía, en la sombra de su biblioteca, a la espera de rescatar cuantos libros pueda de una muerte segura.
Que una señora consagre su vida a recuperar libros, la mayoría de ellos desconocidos del gran público, pues ni siquiera son superventas, seguramente muchos lo considerarán un trabajo inútil. Y el trabajo que comporta su ordenación y catalogación para ponerlos a disposición de otros señores que dedicarán días enteros a leerlos, fotocopiarlos y entenderlos, más inútil todavía.
Un trabajo que puede parecer no tener ningún sentido, al que no merece la pena consagrar una vida entera, pero que si no fuera por personas como mi tía, muchos de los clásicos jamás habrían llegado a nuestras manos. Gran parte de la literatura se habría perdido por el camino, y ni Gutenberg hubiera podido evitarlo.
Suerte de personas como mi tía que honran el sacrifico de tantos robles y arces y suerte de tantos escritores que, a pesar del triste futuro que aguarda a muchas de sus obras, siguen pensando y ordenando frases para iluminar la oscuridad reinante. De otro modo, muchos libros habrían desaparecido para siempre, o nunca se habrían escrito, y eso sí que tiene peligro, porque nosotros resucitaremos, pero los libros no. Cuando desaparece el último ejemplar muere para siempre.