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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El trenecito

Desde que Zapatero dejó España en la ruina y fue premiado con el puesto de embajador de Maduro, ningún político catastrófico paga por sus pecados

Alguien con un sueldo de al menos cinco ceros, si no seis, ha diseñado mal los trenes de Cantabria, que entran en los túneles con dificultades similares a las de Pablo Iglesias en una peluquería.

La primera reacción a la chapuza pudo ser culpar a Franco, que construía subterráneos a lo loco para boicotear los grandes avances del socialismo futuro, pero hasta a Revilla, viejo falangista, le dio apuro defender esa hipótesis.

Más eficaz podía haber sido descargar la culpa en el redactor de la ley del 'solo sí es sí'. Todo el mundo hubiera entendido rápido la magnitud y el origen del desperfecto, inverosímil por muchas vueltas que le des: solo había que ensamblar dos piezas, el tren y el túnel, y garantizar que el segundo era más holgado que el primero. Hay niños que se complican más la vida con el Lego.

Pero esa opción recrudecería el debate sobre la ley en cuestión, defendida por Sánchez con el mismo vigor que ahora despliega para desactivarla con su habitual respeto por la inteligencia ajena: quiere que pensemos que le preocupan las mujeres, pero solo le importan los votos.

Así que ha habido que buscar a dos cabezas de turco: el subjefe de curvas hiperbólicas de Adif y el responsable de planificación de hipotenusas de Renfe, que es la forma de escurrir el bulto y salvarle el trasero a la ministra de Transportes, como en lo otro a la de Igualdad.

Hete aquí, pues, que cuando un político libera a violadores o encarga trenes inservibles lo único que sucede es que se ponen un rato colorados, un castigo inferior al que imponen a un niño de 8 años por hablar en clase, y la única justicia a invocar es la que quiera impartir el jefe, cómplice de los hechos y con tendencia natural al autoindulto.

La moraleja de la obscena impunidad de Sánchez y de sus ministras es que, hagan lo que hagan, sale gratis, lo que les permite seguir actuando sine die como un mono con escopeta o un ingeniero de Renfe, y valga la redundancia.

Se ve mejor esto al recordar el caso de Zapatero, que dejó España arruinada y se marchó mintiendo con el déficit real, muy superior al comunicado en el traspaso de poderes: lejos de acabar en un banquillo, rindiendo cuentas por sus tropelías, se ha convertido en conferenciante internacional, embajador oficioso de Maduro y, por contraste con Sánchez, en poco menos que Adenauer.

Y esa certeza de que, sean cuales sean las tropelías cometidas y sean cuales sean sus devastadores efectos, la historia les observará con indulgencia política y generosidad económica, cierra el círculo de la España feudal que volvemos a tener.

Porque si una cajera descuadra la cuenta diaria en 10 euros; un conductor se salta un semáforo en ámbar o un autónomo se retrasa unos días en abonar el IVA; tendrá encima de él todo el peso del Estado, perderá su trabajo o será embargado sin piedad alguna.

Pero si un presidente encierra inconstitucionalmente a todo un país, una ministra saca de prisión a pederastas y otra se gasta una millonada en el tren de Arganda, que pita más que anda, tendrá como única sanción un artículo mordaz de Ussía, cinco minutos de alipori y la garantía de que, cuando todo pase, ingresarán en la Internacional de Inútiles Pensionados gracias a una eterna puerta giratoria que, a diferencia del trenecito cántabro, jamás se atasca.