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GaleanaEdurne Uriarte

La maldición de la inanidad

La ausencia de finalidad objetiva le hace proclive al político a buscar la apariencia brillante del poder en lugar del poder real; la falta de responsabilidad lo lleva a gozar del poder por el poder, sin tener en cuenta su finalidad

Algunos políticos, y Pedro Sánchez es un gran ejemplo, tienen la fortuna de que la inmensa mayoría de españoles no asiste semanalmente a sus intervenciones en el Parlamento, esas en las que dan cuenta a los ciudadanos de sus acciones. En el mejor de los casos, los ciudadanos se quedan con titulares y breves extractos seleccionados por los medios. Por lo que pocas veces se enteran de la manera en que esos políticos les faltan al respeto, evitando las explicaciones y despreciando las preguntas de la oposición, que son las preguntas de millones de votantes.

El de dónde vienes, manzanas traigo, es el habitual del desprecio a los ciudadanos de ese tipo de políticos, a los que se suma la mentira y la descalificación. Este miércoles, Cuca Gamarra le preguntó a Pedro Sánchez por su responsabilidad en las consecuencias de la ley del 'solo sí es sí', y éste le contestó que él se hace responsable de «un Gobierno feminista que defiende los derechos y libertades de las mujeres frente a ustedes y los ataques de la ultraderecha». Santiago Abascal le preguntó por la inmigración, y Sánchez le respondió que «su discurso es la intolerancia y la xenofobia» y que cómo se le ocurre elegir a un ex del Partido Comunista para la moción de censura. Inés Arrimadas o Carlos García Adanero se libraron esta vez de su desprecio, porque no tenían preguntas a Sánchez.

Y no, no todos los políticos son iguales, no todos menosprecian de esta manera al adversario, que es lo mismo que hacerlo a los ciudadanos representados por ese adversario. Hay líderes y líderes, y éticas y éticas. Pedro Sánchez representa a uno de los tipos, no a todos. El tipo de político que retrataba Max Weber, uno de los padres de la sociología y la ciencia política, en aquel discurso de 1919 que con tanta pasión leímos los estudiantes de Políticas: «Lo que importa es que siempre ha de existir alguna fe. Cuando ésta falta, incluso los éxitos políticos aparentemente más sólidos llevan sobre sí la maldición de la inanidad».

Un siglo después, aquel discurso es plenamente actual, aquello de los dos pecados mortales en política, que decía Weber, la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad. La ausencia de finalidad objetiva le hace proclive al político a buscar la apariencia brillante del poder en lugar del poder real; la falta de responsabilidad lo lleva a gozar del poder por el poder, sin tener en cuenta su finalidad (La política como vocación, 1919).

Y queda la vacuidad, la nada, el poder por el poder. Pedro Sánchez mantiene ese poder por el poder, porque la ocupación del ejecutivo le permite igualmente el control del partido, además de la capacidad para condicionar a medios e instituciones que crean opinión. Y a ello se acompaña la fascinación por la fuerza a la que son proclives algunos, también en las democracias, por muy poca autoridad moral que acompañe a la fuerza. Pero luego llegan los súbitos derrumbamientos internos, también dijo Weber en aquella conferencia, los que muestran cuánta impotencia se esconde tras esos gestos, ostentosos, pero totalmente vacíos. Y en cada desprecio, en cada desplante, Pedro Sánchez camina hacia esa maldición de la inanidad.