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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La fábrica del amor

​Ha llegado el momento de decir que estoy de Tamara Falcó, de su novio, de su boda y de sus respectivas desvergüenzas, hasta el gorro

Cuando una noticia se convierte en reincidente y ocupa centenares de páginas en los medios de comunicación escritos y en abrumadoras horas en los audiovisuales, hay que ocuparse de ella, aunque se caiga en la colaboración de la nadería y la innecesariedad. Lo siento, porque mis hijos son sus amigos, y yo lo fui de su padre, que en paz descanse. Pero ha llegado el momento de decir que estoy de Tamara Falcó, de su novio, de su boda, de sus enfados, de sus reconciliaciones y de sus respectivas desvergüenzas, hasta el gorro. Aquí, lo único interesante es la magistral estructura mercantil de la comedia, fábrica inigualable de ingresos a cambio de tonterías. Para mí, que el interminable rosario de dichas y problemas que rodean a esta pareja de simpáticos jóvenes –ella es más simpática que él, muy dado a la cursilería de la seriedad fingida–, no es otra cosa que un medido y bien ultimado cash flow –flujo de caja–, que nada tiene que envidiar, por poner un ejemplo, al de la remodelación del estadio Santiago Bernabéu. Ingresos por ruptura. Ingresos por entrevistas de alto dolor herido por parte de ella, y de arrepentimiento por parte del muchacho. Ingresos por personar y pedir perdón. Ingresos por una segunda oportunidad. Ingresos por el anuncio de la boda. Ingresos por el desacuerdo–también medido y remunerado–, de la fecha del cristiano enlace. Ingresos por hacer pública su disconformidad con el número de invitados. ¿Está Pedro Sánchez detrás de estos chicos para distraer al personal? La excesiva explotación del amor, tan acostumbrada y eficaz en la familia materna de ella, puede terminar como el rosario de la aurora, que también estará pactado en el contrato. Ahora nos enfadamos por lo de las listas de boda. En quince días nos reconciliamos durante un viaje a Bali. De vuelta a Madrid, nos distanciamos de nuevo, pero no nos devolvemos los regalos por si acaso. Ella lamenta la situación y él llora en una entrevista interesantísima. A finales de mayo, reconciliación final, «ella es la mujer de mi vida» y «no encontraré jamás a un hombre como él». Y la petición de mano, y la boda, y el viaje de novios, y al cabo de unos meses, el comunicado oficial por portavoz contratado: «Los señores de Onieva comunican a la nación, que en unos meses, posiblemente, de dos personas, su familia pasará a ser de tres». Y júbilo nacional. ¿Niño o niña? Al fin se sabe. Será niña. Nueva discusión. Él quiere que su hija se llame Tamara, como su madre, pero ella, en un alarde de modestia, opta por el nombre de Teresa, en homenaje a Santa Teresa de Calcuta. La discusión es tan áspera, que él abandona el domicilio conyugal y se instala en casa de su madre, y ella, recupera su cuarto en «Villa Meona». Todo escrupulosamente vendido. Y al final, de nuevo el abrazo, el nacimiento, el ingreso en la clínica, el parto, y la primera foto de ella con el bebé en brazos y él posando con toda naturalidad mientras efectúa un escorzo sobre la almohada para quedar más amoroso. Y en pocos años, la separación. Él vuelve a besarse con la misma que desestructuró a la pareja, y ella ingresa en un convento de las Clarisas con el fin de armonizar su conducta con los mandatos de Dios.

Y la niña, juguetea y sonríe durante el encierro de su madre, en el hogar de la abuela materna.

Él es un personaje secundario. Pero ella, que quiere parecer inocente, despistada y sencilla, es más inteligente y mejor empresaria que

La difunta Cocó Chanel. Si yo el fuera presidente del Gobierno, cambiaría a alguna de las tontas que tanto le dan la tabarra por esta chica, capaz de generar riqueza a partir de la nada. Porque todo ese mundo es nada. Pero hay que reconocer que dentro de esa nada, ella es admirable, simpática y más lista que los ratones colorados.