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El observadorFlorentino Portero

A rebufo

La inacción en las crisis moldava, georgiana, de Crimea y del Donbás, unida a la dependencia crítica en el terreno energético, están detrás de la decisión del Gobierno de Moscú. Desde entonces Rusia ha tenido la iniciativa. Nosotros nos limitamos a reaccionar, siempre tarde y, si no mal, sin coherencia ni visión final

Un año después de iniciarse la invasión rusa de Ucrania, y a la espera de que comience una nueva ofensiva, la situación es considerablemente distinta a la inicial. Rusia ha comprendido que sus planes fracasaron por culpa propia, que la resistencia ucraniana es firme y capaz y que no tienen más opción que ir a un conflicto largo y muy costoso en vidas humanas para, en el mejor de los casos, salvar la dignidad nacional. Han cometido muchos errores, han hecho un considerable ridículo internacional, pero no se engañan sobre dónde se encuentran ni sobre cómo salir del atolladero en el que se hallan.

Ese no es nuestro caso. Los europeos no quisimos creer lo que estaba ocurriendo, por lo que, si bien involuntariamente, convencimos a los dirigentes rusos de que la campaña ucraniana tendría un precio diplomático asumible. Lo hemos repetido muchas veces, pero conviene no olvidar que la inacción en las crisis moldava, georgiana, de Crimea y del Donbás, unida a la dependencia crítica en el terreno energético, están detrás de la decisión del Gobierno de Moscú. Desde entonces Rusia ha tenido siempre la iniciativa. Nosotros nos limitamos a reaccionar, siempre tarde y, si no mal, sin coherencia ni visión final.

Una vez más hubo que recurrir a Estados Unidos para dar respuesta a la agresión. En esta ocasión a la humillación habitual se sumaba el irritante hecho de que el Gobierno de Washington venía advirtiéndonos de que esto iba a ocurrir desde el año 2008. No sólo no quisimos escuchar, es que desechamos las advertencias con una suficiencia fuera de lugar. Los que reclamaban asumir la condición de actor estratégico tuvieron que reconocer que no habían estado a la altura de las circunstancias, ni siquiera en el plano del análisis.

Estados Unidos hizo lo que pudo: abrir un nuevo campo de batalla en el terreno económico, al tiempo que aportaba capacidades e información a las fuerzas armadas ucranianas. El frente económico está haciendo mucho daño a Rusia, pero también a nosotros. Todo ello sumado a la necesidad de lograr fuentes energéticas en otros mercados y, sobre todo, a otro precio.

A medida que Rusia se va adaptando al nuevo campo de batalla las necesidades ucranianas evolucionan. En todo momento necesitan dinero para vivir y mantener al estado en pie. En un entorno de «guerra de desgaste» solicitan munición de artillería, vehículos de infantería y carros de combate. Hemos discutido hasta el aburrimiento, perdiendo un tiempo precioso. Finalmente, enviaremos vehículos y carros de distintos modelos, provocando serios problemas de mantenimiento. Para cuando lleguen, los que lleguen, la ofensiva rusa llevará semanas o meses.

Ahora se ha abierto el debate sobre la necesidad de dotar a Ucrania de aviones caza para garantizar el apoyo a la fuerza terrestre. De nuevo el tiempo empieza a correr y, en el mejor de los casos, esos aviones no estarán operativos antes de un año.

Es obvio que si esperamos a que nos pidan para comenzar a discutir se necesitará tiempo para reaccionar. Lo que no es tan obvio es que debamos estar a la espera de las peticiones. Si hemos concluido que Rusia es una amenaza para la Alianza Atlántica, si nos hemos comprometido con Ucrania a ayudarla hasta que recupere todo el territorio de soberanía, no podemos estar a expensas de la evolución de los acontecimientos. Bien al contrario, habría que haber establecido una estrategia de apoyo que garantizara su victoria, y le permitiera tomar la iniciativa.

Desde la guerra de Argelia todo enemigo de la democracia dispone del manual básico para derrotar a Occidente. Se trata de comprender que el tiempo juega a su favor y que el campo de batalla crítico es la retaguardia. El Gobierno de Moscú lo sabe muy bien, de hecho lleva décadas explicándoselo a sus aliados, y se dispone a aplicarlo una vez más. Tanto las declaraciones de sus dirigentes como el nuevo despliegue de sus fuerzas en Ucrania y su entorno apuntan en la misma dirección: se disponen a una guerra de larga de duración, que será de «desgaste» en el campo de batalla y «patria» para la sociedad rusa. Las bajas están siendo elevadísimas, sobre todo para el invasor. Sin embargo, creen que podrán asumirlas. Tan convencidos están de ello como de que nosotros nos cansaremos pronto y, una vez más, dejaremos tirado a nuestro aliado. En este caso, a Ucrania.