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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Bienestar animal y malestar general

La llamada ley de bienestar animal, que ha vuelto a malbaratar nuestro Código Penal como la del 'solo sí es sí' o la trans, castiga más la agresión a una pitón que se cuele en nuestro jardín que violentar a un discapacitado

Digámoslo de un tirón: un corazón sintiente como el que Dios diseñó no puede querer más a una rata, a un perro o a un gato que a un individuo racional de su especie, aunque este sea de derechas, vote a Ayuso y se cure en un hospital privado, los tres anatemas de la izquierda más sectaria. Esos básicos de las relaciones humanas jamás se habían puesto en cuestión hasta que llegaron ellos, curtidos odiadores del prójimo, pero sensibles defensores de los derechos zoológicos, imaginarias causas de los pijoprogres urbanitas, necesitados de imponer nuevas religiones laicas a la medida de sus patologías.

Un corazón humano no puede sustituir el amor de un congénere, máxime si es su padre, su hijo, un hermano o un amigo, por el placebo animalista de una bestia que, por mucho cariño que reporte, siempre lo hará con el interés irracional de ser alimentado, cuidado y protegido. Dotar de derechos a aquellos que no tienen deberes es un sinsentido jurídico; uno más. Desahogo de una opulenta sociedad que recoge con más agrado las cacas de sus canes que se aplica a cambiar los pañales a la abuela. Un retrato de nuestro declinante Occidente: como la nueva cara de Madonna.

Los afectos entre personas requieren de voluntad, empeño, entrega, renuncias, lo que se conoce por conciencia humana, vectores moralmente superiores que la más alta de las lealtades de un caniche, un gato o un hámster. Sin minusvalorar ni un ápice la comunión con las mascotas que tanta compañía hacen a nuestros niños y mayores, por no hablar de la labor imprescindible de los perros con los invidentes, en el rescate de personas en peligro o en el esclarecimiento de crímenes, equiparar a personas y animales es una aberración más del progresismo, más preocupado por los cuadrúpedos que por los bípedos que no llegan a fin de mes o que mueren en la soledad de sus pisos de 40 metros cuadrados en las grandes ciudades.

La nueva ley de Ione Belarra, que lleva la firma a mayores de Pedro Sánchez, ha hecho caso omiso de nuevo de las advertencias del CGPJ y mientras salen de la cárcel los violadores, se preparan otras celdas para aquellos que den un escobazo a una rata o que atropellen involuntariamente a un chihuahua. No voy a discutir que haya animales que demuestren más agradecimiento que algunas personas, pero de eso a hacer tabla rasa con las dos especies hay un abismo.

La llamada ley de bienestar animal que ha vuelto a malbaratar nuestro Código Penal como la del 'solo sí es sí' o la trans, castiga más la agresión a una pitón que se cuele en nuestro jardín que violentar a un discapacitado, mientras rebajan los controles sobre los perros peligrosos y penalizan a los «maltratadores», esos monstruos que riñen a su mascota o tiran bruscamente de su correa. De nuevo los podemitas se han pasado el principio de proporcionalidad por el arco del triunfo y milagrosamente se ha salvado de este dislate a los perros de caza –ya saben esa actividad de fachas–, aunque en el Senado todavía Belarra dará la batalla contra las reticencias del PSOE, al que han frenado sus barones.

Es de esperar que el mismo trato preferencial que tenemos que dar a nuestros animales de compañía, den nuestras mascotas a las pulgas, que ellas también sienten. Y a todos ellos les subamos el salario mínimo para que la próxima vez el presidente del nodo pueda tomar café con pastas con perros y pulgas, siempre que acrediten que le votarán cuando puedan hacerlo. Otro derecho que está al caer.