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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Cádiz

Mientras toda España estaba confinada o arruinada, un ministro se pegaba la vida padre en la playa a costa del dinero público

Hay que ser un buen tragaldabas, tener un estómago sin fondo, un gaznate sin fin y un código ético a la altura del de un coleóptero para gastarse miles de euros, en apenas 24 horas, en irse de fiesta a Cádiz, y repetirlo 16 veces en muy poco tiempo.

Eso es lo que hizo Juan Carlos Campo, pareja de la no menos ínclita Meritxell Batet, en apenas 18 meses como ministro de Justicia, tiempo suficiente para hacerle a Sánchez el trabajo sucio de los indultos vergonzosos a Junqueras, premiado con un puesto en el Tribunal Constitucional, donde podrá atender los siguientes encargos del Gobierno como miembro del «Comando Pumpido».

Campo tiene dos casas en Cádiz, una en la costa y otra en la capital, pero durante año y medio de incesantes viajes a su pueblo pasó gastos de desplazamiento, hospedaje y manutención al Ministerio de Justicia, por un importe total de 286.000 euros, con justificaciones tan indignantes como las que Sánchez utiliza cuando quiere ir a un mitin del PSOE, o a un concierto con su mujer, en el Falcon.

La misma falta de escrúpulos que demostró impulsando los indultos a unos delincuentes que, según él mismo, ni los merecían ni los pedían ni se arrepentían de nada; la aplicó para cargarle al ciudadano los lujos que se metía entre pecho y espalda cada vez que, con cualquier excusa de medio pelo, le apetecía descansar por todo lo alto en su pueblo.

El listado de viajes, en fechas cercanas al fin de semana y a periodos vacacionales, es tan obsceno como la naturaleza de las tristes excusas para presentarlos como actos institucionales salvo en un par de ocasiones en los que llegó a reconocer que simplemente se iba a su casa a descansar.

Y hasta en esos casos, pasó la factura al erario público, como las otras quince veces en que este gorrón con toga tenía ganas de irse a la playa o al monte pero prefería que lo costeara el contribuyente.

En España hay incontables casos de dimisiones, persecuciones e incluso enjuiciamientos de personajes sospechosos de haber cometido tropelías infinitamente inferiores a la que El Debate ha documentado, con informes del propio Ministerio de Justicia, de Juan Carlos Campo.

Como recuerda Luis Ventoso en su columna de ayer, Carlos Dívar dimitió hace una década como presidente del Poder Judicial y del Tribunal Supremo por camuflar viajes lúdicos a Marbella con motivos laborales endebles. Fueron 15.000 euros, una cifra veinte veces inferior a la que Campo derrochó en sí mismo.

Y en aquel momento, con toda la razón, el PSOE apretó hasta lograr la cabeza del magistrado. Lo mismo con los célebres 1.000 euros de Rita Barberá, con los trajes de Camps, con la multa a Enrique López por dar positivo y con tantos otros asuntos en los que la endémica doble vara de medir arrojaba a la hoguera a personas sin derecho a la defensa mientras silenciaba, y silencia, comportamientos tan escandalosos como el de este bon vivant con toga.

El tiempo en que Campo se inventaba una agenda de trabajo ridícula para colar los inmensos gastos de su ocio lujoso al borde del mar, entre restaurantes y hoteles caros con el incipiente idilio con Batet de fondo, la ciudadanía estaba confinada en casa, quizá sin trabajo y con un miedo a la ruina que se ha ido concretando desde entonces hasta llegar a la mayor pérdida de renta disponible de toda Europa.

Que lo haga un cargo público es inadmisible. Que lo haga un cargo público de un partido que llegó al poder apelando a la transparencia y la regeneración, es escandaloso. Pero que lo haga, además de todo eso, un ministro de Justicia y un miembro del Constitucional, es insoportable: cuando tenía que velar por el Estado de derecho, andaba en realidad de vigilante de la playa. Con todo pagado, a todo tren, sin ahorrarse ningún lujo con tu dinero.

Posdata. A última hora de la noche llega un comunicado del Ministerio de Justicia que intenta aclararlo todo: Campo viajó todas esas veces a Cádiz y con unos pretextos muy endebles, pero gastó menos al parecer: la abultada cifra inicial, reconocida por su propio departamento, fue obra de un error humano. No varían ni el número de excursiones ni el destino ni las fechas escogidas ni las excusas alegadas para justificarlos. Ni tampoco cambia la impresión de que, sea con mucho dinero o con poco, el magistrado se ha ido de vacaciones sistemáticamente cargo de los riñones del resto.