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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El obispo

El PP es el partido conservador español con más votantes y, en gran porcentaje, de votantes católicos que hoy se preguntan hasta dónde pueden llevar las imposturas políticas para sumar votos

Se han enfadado mucho algunos lectores de El Debate por una leve crítica al señor Feijóo. No soy de Vox y tampoco del PP, y votaré, haciendo uso de mis últimas libertades, a quien mejor me garantice el desalojo de Sánchez y sus socios de la Moncloa. Para ello es necesario que el PP de Feijóo se desdiga de su acuerdo con la ley del aborto, y que su portavoz, Cuca Gamarra, explique con detalle los motivos que le han alejado de Vox y acercado al PSOE, según sus palabras. Y a la espera me hallo.

Con una valentía y una sinceridad contundentes, el obispo de Orihuela-Alicante, José Ignacio Munilla, donostiarra y anterior obispo de San Sebastián, ha acusado a Feijóo de estar en la contradicción más absoluta al aplaudir la decisión del Tribunal Constitucional: «La traición del PP a la causa de la vida es total y absoluta. No se puede ir más lejos; han asumido todos los parámetros de la izquierda más radical». José Ignacio Munilla fue ordenado sacerdote en el mes de junio de 1986 por su entonces obispo, monseñor Setién Alberro. Un pastor de medio rebaño de ovejas, que no de todas. Sus preferidas estaban entre las ovejas que mataban y no entre las inocentes que morían. Había sido asesinado Gregorio Ordóñez, teniente de alcalde por el PP en el Ayuntamiento de San Sebastián. El dolor de monseñor Setién fue tímido en exceso. María San Gil y María José Usandizaga solicitaron al obispado ser recibidas por el señor obispo. Éste accedió. Cuando entraron en su despacho, don José María escribía a mano sobre un papel y no se incorporó para el saludo. Les indicó con un gesto que podían sentarse. María San Gil, testigo del asesinato de Gregorio Ordóñez en «La Cepa» de la Parte Vieja de San Sebastián, le confesó a monseñor que como católica no se sentía amparada por su obispo. Él clavó su mirada en la suya y le respondió: ¿dónde está escrito que a los hijos hay que quererlos por igual? María San Gil se levantó, y acompañado de la concejal Usandizaga, abandonó su despacho.

Para José María Setién Alberro, guipuzcoano de Hernani y obispo de la Iglesia Católica, los terroristas de la ETA eran «jóvenes revolucionarios». Al cabo de muchos años, fue sustituido en el Obispado de San Sebastián por monseñor Uriarte Goricelaya, vizcaíno, cuya labor pastoral como obispo de Zamora fue elogiada por todos los zamoranos. Pero en San Sebastián fue diferente. Con gestos más amables que su antecesor, se mantuvo muy escorado hacia el mundo del nacionalismo y el separatismo, quizá influido por el cariño familiar que sentía por su sobrina Ione Goricelaya, miembro con mucho mando de la Mesa Nacional de Herri Batasuna. Y a monseñor Uriarte, cumplido su periplo pastoral en San Sebastián, le sucedió monseñor José Ignacio Munilla, que fue recibido de uñas por el sector nacionalista-separatista del clero guipuzcoano, porque, a pesar de ser donostiarra, vasco y vascoparlante, no era nacionalista, ni separatista, sino pastor de todos sus feligreses. Y al cabo de pocos meses, lo mismo María San Gil que un militante del PNV o que un pescador del muelle, se sintieron amparados por su obispo. A pesar de nacer en San Sebastián y hablar un vascuence perfecto, algunos le llamaron «maketo», es decir, «de los de fuera», cuando Munilla es un apellido vasco consignado como tal desde el siglo XVI –Etimología de los Apellidos Vascos de Isaac López de Mendizábal–, y se sentía como centenares de miles de vascongados, tan vasco como español. Y como pastor de la Iglesia, con las ideas muy claras y mejor pronunciadas respecto al derecho a la vida del nasciturus, ser humano desde el momento de su concepción.

No soy yo, sino un obispo de la Iglesia el que ha mostrado su alarma por la deriva tibia de algunos dirigentes del PP a favor del aborto.

Una deriva que exige una rectificación pública aunque sea falsa. El PP es el partido conservador español con más votantes y, en gran porcentaje, de votantes católicos que hoy se preguntan hasta dónde pueden llevar las imposturas políticas para sumar votos. Puede sumarlos, pero simultáneamente, perdiendo los mismos o más por los que se sientan engañados y no representados por su tibieza y torpe entreguismo ante la causa de la defensa de la vida.