Los delirios de Irene Montero ya son ley
Violadores liberados, una ley trans absurda y una ley del aborto inaceptable, todo aprobado por Sánchez (y todo debería ser barrido si gana otro partido)
Lo que está ocurriendo en España nos lo cuenta hace seis años una pitonisa y pensaríamos que se había soplado un litro de pacharán. Pero aquí estamos. Una señora licenciada en Psicología, sin más experiencia laboral previa a la política que unos meses en la caja de un súper, promocionada digitalmente por el jefe de un partido del que se hizo novia, está implantando un catálogo de esperpénticas leyes de ingeniería social. Todo por cortesía del presidente más débil de nuestra democracia.
La retahíla de calamidades resulta horrísona:
-Un Gobierno que se proclama feminista hasta el empacho se ha convertido en el gran libertador de los violadores.
-Una ley del 'solo sí es sí' que se sabía que era un truño jurídico –una veintena de informes en contra–, pero que fue aceptada por el presidente peso pluma, quien incluso pronosticó que sería copiada en medio mundo.
-Un Gobierno tan torpe y dividido que mientras continúa la verbena de los premios a los violadores es incapaz siquiera de corregir la ley (para escarnio de las mujeres a las que asegura defender).
-Una ley trans dadaísta –bueno, los dadaístas eran mucho más serios–, que permite cambiar de sexo a voluntad sin más requisito que comunicarlo a la Administración. Una norma con la que Pedro Sánchez, si desease proclamarse la primera presidenta de la historia de España, podría acudir al registro, manifestar que él ahora es Petra Sánchez, y sin más entraría en los baños y vestuarios de mujeres, o iría a una cárcel femenina si delinquiese, o competiría en los equipos femeninos si volviese al baloncesto (donde por lo visto le pasaba como en la política: era bastante flojo). Una ley trans tan flipada que niega el hecho biológico y en realidad denigra a las mujeres. Una ley trans que repugnaba a las feministas históricas del PSOE, pero que Sánchez aceptó, como siempre. Una norma todavía más alocada que la que el premier Sunak le tumbó a Sturgeon en Escocia, precipitando así la caída de la mandataria separatista.
-Una ley trans que creará conflictos de identidad a muchos niños. Una norma que amplificará un problema que hasta ahora era residual, que provocará muchas situaciones irreversibles, con el consiguiente dolor de por vida para quienes se arrepientan de una decisión tomada a una edad inmadura.
-Una ley del aborto que no es solo ya que trate de convertir en un derecho la acción de matar a los fetos, sino que añade a ese grave error moral el hecho de permitir el aborto de menores sin el permiso de sus padres. Una ley del aborto que señala además con listas negras a los médicos objetores, algo propio de una tiranía. Una norma execrable, que vende como si fuese una fiesta feminista («avanzamos en derechos») lo que siempre supone una tragedia, un error y una derrota: la eliminación de un ser humano.
Todo este vapuleo al sentido común lo ha puesto en marcha una ministra de ideología enajenada, que ha llegado al extremo de defender las relaciones sexuales de adultos con menores si estos las admiten. Todo esto lo ha hecho suyo un presidente que es tan responsable como ella. Y todo esto lo debería estar combatiendo con todas sus fuerzas el primer partido de la oposición, que ha prometido acertadamente que suprimirá la ley trans si llega al poder, pero que no está ofreciendo con la contundencia debida una propuesta alternativa a la ingeniería social de la izquierda. O mejor dicho, de la única extrema izquierda que gobierna un país de la UE.