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Ojo avizorJuan Van-Halen

El flautista, el capo y las ratas

El último capítulo, que desconocieron los hermanos Grimm, es que ahora si le pegas un escobazo a un ratón te crujen a multas y si te pasas un pelín te meten en la cárcel

Las tan sabias ministras Ione Belarra e Irene Montero han condenado al paro, seguro que sin saberlo –esas lecturas de infancia no les molan porque no son chulísimas y no figuraban en su catón ideológico–, al flautista de Hamelín, leyenda recogida por los hermanos Grimm, autores que tampoco les sonarán. El cuento se tituló en su versión original alemana «Der Rattenfänger»: El cazador de ratas. Lo de flautista fue bondad del traductor. Se publicó en 1816 y refiere una supuesta invasión de ratas que padeció la ciudad en 1284. Entonces llegó un forastero y se ofreció a librarles de las ratas a cambio de una cierta paga. Aceptaron los vecinos y el desconocido empezó a tocar la flauta y las ratas salieron de sus escondrijos como por encantamiento, le siguieron embobadas hacia el río Weser y murieron ahogadas.

Como los vecinos no pagaron al flautista incumpliendo lo prometido –deberían ser antepasados de Sánchez– el cazador de ratas decidió volver poco después y, aprovechando que los mayores estaban en la iglesia, consiguió llevarse tras la mágica melodía de su flauta a todos los niños (y niñas, no se me molesten Belarra y Montero), más de cien, hacia una profunda cueva y no se supo más de ellos. En otras versiones los niños regresan cuando el flautista cobra la deuda. Resulta que Hamelín se arrepintió de valorar más la mentira que los compromisos. Alerta, Sánchez.

Para rectificar era ya tarde por más que Sánchez, el capo de Hamelín, jugase a la petanca haciendo pasar por neutrales a sus conmilitones, pasease en bicicleta por un sendero acotado, jugase al baloncesto en silla de ruedas en una infeliz impostura, se reuniese con una veintena de personas identificadas como sus palmeros en actos anteriores, pasease por una isla doliente entre amiguetes, y despachase una copiosa merendola en casa del hermano de un colaborador en nómina. Pero no pisa la calle, no entra en un bar, no llama a un timbre para compartir preocupaciones con vecinos desconocidos, no pasea por El Retiro, y no se atreve a ir a un hospital porque sabe los médicos que de verdad paran. A la delegada del Gobierno en Madrid le cuenta los manifestantes Tezanos; esos manifestantes llegados en autobuses, muchos pagados con dinero público, mientras sus colegas fabricaban en la sede de Podemos Villaverde el gran muñeco que representaría a Díaz Ayuso. Menuda protesta sanitaria. El Colegio de Médicos no se sumó a la charanga; la reacción de los «sanitarios» fue el insulto al órgano colegial.

El último capítulo, que desconocieron los hermanos Grimm, es que ahora si le pegas un escobazo a un ratón te crujen a multas y si te pasas un pelín te meten en la cárcel en donde no te encontrarás con los golpistas de Cataluña que están en libertad a la espera de favorecer a sus propias ratas. El mundo al revés. Humanizar ficticiamente a los animales no supone una afirmación de derechos como tampoco reconoce derechos ignorar los que asisten a los no nacidos, seres humanos desde la concepción. Y el Gobierno no se plantea políticas de ayuda a las familias, de información y de compromiso con los más débiles. Si éste es el camino del «2030» yo me vuelvo.

Se ha repetido aquel proverbio –actual por lo de los roedores– que el líder chino Deng Xiaoping contó a Felipe González: «Gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones». ¿Irán los gatos a la cárcel? Si eso lo repitiese ahora Feijóo saldrían los ministros en tromba a criticarle por antianimalista recitando la misma cantinela. Si se fijan, los ministros hacen la oposición a la oposición con idénticas palabras. Un día fue «nos dejamos la piel», otro «Feijóo no está preparado» y otro «González inventó la sanidad pública». Todos a una; repiten como loros. Son así. Inasequibles al desacierto.

Le concedo el título de Activista Preferente a Évole cuando cogió el micro de los Goya y atacó a la sanidad madrileña. Sirvió a su señor. Mientras, la médica y madre guarda en algún cajón la camiseta en la que proclama que Ayuso la insultó. ¿La llamaron «asesina» como a Ayuso sus amigos? ¡Anda ya! Me voy a promover la autodefensa de los ratones y de los gatos. Pobres criaturas.