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GaleanaEdurne Uriarte

Hacerse la mujercita

Nicola Sturgeon no ha podido atribuir al marido las otras causas de su marcha, su pérdida de popularidad y sus fracasos políticos en el liderazgo del independentismo y en la ley trans

La persistencia de la desigualdad de las mujeres tiene varias causas, y entre ellas también está la responsabilidad de algunas mujeres, algo que se olvida demasiadas veces. Mujeres que no solo se suman a la ridícula teoría de cierto feminismo sobre las diferencias entre las mujeres bondadosas, emotivas y dialogantes y los hombres agresivos, fríos y autoritarios, sino que, además, la usan para falsear la realidad cuando ésta no les conviene. Que es lo que ha hecho la líder independentista y ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, para enmascarar su dimisión. Con esa comparecencia al borde de las lágrimas sobre lo dura que es la política, lo importante que es la vida personal y la generosidad para dar el paso a otros.

La realidad es que Sturgeon ha demostrado tanta agresividad y frialdad como el que más, y que se va antes de que la echen, como ya lo hizo la primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, usando también el show del sentimentalismo. Y es tan calculadora, además, que no ha dudado en usar esas «armas de mujer» que tanto daño hacen a la imagen de las mujeres profesionales. Esta emotiva líder en la dimisión ha mandado con puño de hierro en su partido, el SNP, a lo largo de los últimos veinte años, y en pareja, además, junto a su marido Peter Murrell, que es el director general del SNP. Un poderoso matrimonio político al estilo de nuestros Pablo Iglesias e Irene Montero. Y que ha liquidado a los adversarios durante todos esos años, sin lágrimas ni lamentos sobre la dura vida política, sobre todo para los defenestrados. En palabras de Robert Shrimsley, en Financial Times, el jueves, «detrás de ese estilo empático, Sturgeon era una líder despiadada que aplastaba la oposición interna».

Sturgeon dimite justamente tras el escándalo sobre un sospechoso préstamo de su marido al partido, un préstamo oculto durante un año y que rompe varias reglas electorales. Claro que Sturgeon también se ha hecho la mujercita en este asunto, y ha dicho que ella no tenía ni idea, que era cosa de su marido, aunque cogobernaba el partido con él. No ha podido atribuir al marido, sin embargo, las otras causas de su marcha, su pérdida de popularidad y sus fracasos políticos en el liderazgo del independentismo y en la ley trans.

Esta independentista amiga de los golpistas catalanes atacó de tal manera a nuestro Estado de derecho en 2018 que hubo de intervenir el Gobierno británico para defender la democracia española. Mientras tanto, los apoyos a la causa independentista han bajado en los últimos años, y el no a la independencia ganaría hoy por 12 puntos al sí, según una encuesta publicada justamente esta semana (el sí ganaba por 4 puntos en la misma encuesta hace cuatro años). Pero, además, los propios votantes del SNP rechazan mayoritariamente en la misma encuesta la propuesta de Sturgeon de convertir las próximas elecciones generales en un referéndum de facto sobre la independencia. Y a ello se suma que la mayoría de los escoceses aprueba el veto de Londres a la ley trans de Sturgeon. Tantos disgustos juntos que Sturgeon se ha vuelto repentinamente sentimental, muy sensible y generosa, ahora que la defenestrada es ella.