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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Cuestión de talento

Hasta los más prestigiosos académicos deben ser consecuentes de sus actos y apoyar a una golpista fugada de la Justicia no deja de ser un acto de significado y consecuencias políticas

Clara Ponsatí es una reputada economista que dirigió la Escuela de Economía y Finanzas de la Universidad de Saint Andrews en Escocia y ha publicado decenas de artículos de carácter académico. Pero Clara Ponsatí también es una extremista que utilizó su cargo institucional como consellera de la Generalitat para participar en un intento de subvertir el orden constitucional español. Lleva más de cinco años huida de la Justicia y denigrando nuestro sistema democrático cada vez que tiene una oportunidad; en breve podrá hacerlo desde España porque Pedro Sánchez le ha garantizado la impunidad total al haber derogado el delito de sedición. En unas semanas la tendremos de vuelta, insultándonos a todos los españoles y animando a una nueva insurrección.

A pesar de su aspecto de abuelita venerable, Ponsatí es un personaje fanático, capaz de hacer bromas de mal gusto con los primeros fallecidos por covid en Madrid o de equiparar a los secesionistas catalanes con las víctimas del Holocausto. Su última ocurrencia fue advertir a sus correligionarios de que el sueño de la secesión no se podrá lograr sin muertos. Que semejante afirmación venga de quien se dio a la fuga no deja de tener su punto de desvergüenza, pero esas son cuitas que los sediciosos deben dirimir entre ellos.

Estoy convencida de que cuando Antonio Cabrales, el nonato consejero del Banco de España a propuesta del PP, firmó la carta de apoyo a Clara Ponsatí pretendía solidarizarse con la colega economista y no con la política que acababa de protagonizar un delito de sedición, pero ambas son la misma persona y Cabrales debiera haber valorado esa circunstancia insoslayable antes de estampar su firma en la famosa carta de sus desdichas. Hasta los más prestigiosos académicos deben ser consecuentes de sus actos y apoyar a una golpista fugada de la Justicia no deja de ser un acto de significado y consecuencias políticas.

La renuncia de Cabrales, que le honra por lo rápida y elegante, ha sido acogida con un insólito espectáculo de rasgamiento de vestiduras. Sus colegas y amigos han lamentado que tanto talento como atesora el prestigioso economista se haya perdido para la institución y para la vida pública. De paso, algunos han aprovechado la ocasión para sembrar todo el episodio de un tufillo corporativista y antipolítico; el brillante y talentoso economista habría sido atropellado por la mediocridad de la política: «Los más listos se quedan fuera del servicio público», «la política tritura a los mejores», «su dimisión es el fracaso de la meritocracia», «tratamos a los expertos de prestigio como peones en luchas partidistas», etc. Todo un canto al corporativismo más elitista. Con esa misma suficiencia algunos de ellos clamaban hace una década por el rescate de la economía española sin tomar en consideración las graves consecuencias sociales de semejante decisión. Afortunadamente los políticos de entonces no les hicieron caso. Acaso no habían estudiado en Minnesota pero sabían cómo se vive en Alpedrete y eso también es cuestión de talento.