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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

«Gente de bien», pues claro que sí

Frente al rodillo mental que impone la izquierda se trata de conservar «el derecho a vivir la vida como queremos», que decía Roger Scruton

Sir Roger Scruton fue un admirable filósofo y polemista inglés, que se murió en enero de 2020, a los 75 años. Con su pelo amarillo revuelto y su imagen a lo granjero hacendado de Lincolnshire, era uno de esos tipos impares que tanto gustan en Inglaterra. Combinaba sus ensayos y libros con críticas de vinos en revistas y hasta compuso dos óperas. Dedicó la mayor parte de su vida a defender el conservadurismo, en la concepción más elevada del término. Achacaba tres graves errores a la pegajosa ideología que se autodenomina «progresista»: ha despreciado la autoridad de Dios, ha rechazado el valor de la tradición y ha vulnerado el derecho de cada individuo a vivir su vida como le plazca.

Cuando lees al siempre elocuente Scruton, la sensación que te queda es que al final lo que hace es dar voz a la forma de ver el mundo de lo que, para entendernos, podríamos denominar «la gente de bien». Él se curó de cualquier veleidad zurda como joven testigo de las algaradas del mayo del 68 en las calles de París. Al ver a «aquellos hooligans autoindulgentes de clase media» destrozándolo todo, tuvo una revelación: «Me di cuenta de que yo estaba en el lado contrario». Cuando interrogó a los promotores de la revuelta sobre sus motivos, cuenta que solo le ofrecieron «una ridícula jerga marxista», una monserga que le pareció infantiloide. «Me molestó tanto todo aquello que pensé que teníamos el deber de defender la civilización occidental frente a este tipo de cosas. Ahí fue cuando me hice conservador».

Le estoy alquilando este artículo a Scruton, pero sus palabras suenan tan pertinentes en el actual momento español que resulta un placer repetirlas: «El conservadurismo –explicaba– comienza con un sentimiento que todas las personas maduras están dispuestas a compartir. Es el sentimiento de que las cosas buenas se destruyen fácilmente, pero no se crean fácilmente». El filósofo advertía que si se quita la religión, si se quita la filosofía, si se quitan los objetivos más elevados del arte, el resultado es «una degeneración chic y hacer respetable el cinismo».

Visionario el viejo Sir Roger. Es como si hubiese asistido desde primera fila al paso de la trituradora del zapaterismo y el sanchismo.

Refiriéndose a la desdichada ingeniería social del actual Gobierno, Feijóo le dijo a Sánchez en una réplica en el Senado: «Deje de molestar a la gente de bien y de meterse en las vidas de los demás». No es una frase estridente, ni extraña, toda vez que padecemos el Gobierno más intrusivo que hemos conocido. Sin embargo, la izquierda radical que nos (mal) gobierna se ha aferrado a ella como un clavo ardiendo para intentar sacudirse la presión por la calamidad del «solo sí es sí» y el repaso que le está dando la misión europea que ha venido a evaluarlo.

«Gente de bien». Claro que sí. La gente que no entiende que se pueda gobernar España en alianza sumisa con los peores enemigos de España. La gente que no entiende que se desprecie el modelo de familia dominante desde que el mundo es mundo para promocionar excentricidades incluso frikis (que acaban pagando los niños). La gente a la que le repugna una ingeniería social histérica, que daña a los menores de edad con leyes aberrantes. La gente que no entiende que los que se proclaman «feministas» sean en la práctica los libertadores de los violadores. La que no acepta el desprecio del regresismo a la fe cristiana y sus principios morales, que son los que sigue compartiendo el cuerpo ancho de nuestra sociedad (incluso muchos que no son católicos ejercientes). La gente que es celosa de su libertad, que no quiere al Estado hurgando en su cama, su escuela, sus finanzas, su modo de vida y hasta en sus mascotas. La gente que sabe que cambiarse de sexo simplemente comunicándolo en un registro es una gilipollez. La gente que no quiere compadreos y premios a terroristas sanguinarios. La gente que cree que España es una buena idea, un país excelente, al que vale la pena servir y que debemos preservar.

En resumen: la gente normal. En efecto, la gente de bien. Y creo que nos entendemos todos. Menos los de ese esperpento del que nos libraremos a finales de año en las urnas.