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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

¿Hasta dónde tolerará Bruselas?

Los comisionados retornan a Bruselas, con un agrio dilema a cuestas. No pueden ignorar la burla a la que han sido sometidos. No pueden tampoco recomendar sanciones, cuya dureza sería hoy catastrófica

La lógica del mal menor es, en política, el último refugio ante las avalanchas de un destino que no supimos afrontar. Pero, ¿hay males menores? ¿O sólo estrategias autoconsolatorias, con las cuales descargarnos de la enojosa responsabilidad de nuestros errores?

España vive en el desbarajuste de haberse quedado sin Estado. Y va camino de vivir el de quedarse sin nación. De este actual deslavazarnos nuestro, sólo el paraguas de la UE nos preserva. Y nos mantiene a flote, en medio de un marasmo al cual nosotros solos nos hemos abocado. Marasmo que lo ha devorado todo: una economía triturada, un funcionariado que se esfumó tras la pandemia, un parlamento de birlibirloque, altavoz apenas de un jefe de gobierno –el menos votado en las urnas desde 1978– que actúa con la arbitrariedad del que reparte por decreto-ley prebendas y a nadie rinde cuentas, una juventud condenada al subempleo, cuando no al puro y simple paro crónico, un tribunal constitucional que actúa como delegado del ejecutivo, un poder judicial acosado hasta lo insoportable por los políticos, una maraña de monstruosidades legislativas que liberan golpistas, dejan en la calle a malversadores y dan a los violadores ocasión de repetir hazañas, que hacen posible la castración automática de menores y contemplan la reclusión en cárceles para mujeres de sujetos condenados por violación de mujeres…

De esto han tenido que hablar los comisionados europeos en un Madrid en donde ni una sola explicación satisfactoria ha condescendido a darles nadie. El ministro Escrivá no sabe nada de los beneficios que la nueva ley ha concedido a los malversadores que robaron «sólo» a beneficio de su partido: no es cosa suya, respondió a la estupefacta presidenta de la comisión. Exactamente lo mismo hizo la señora Calviño. ¿Beneficios para los violadores tras la aprobación de la ingeniosa ley «feminista» que fue gloria mayor de la pandi de Podemos? Difamaciones todo, comunicó, solemne, Irene Montero a sus atónitos interlocutores. La ley era y es perfecta. Son los jueces quienes la violan para perjudicar, en un solo movimiento, a populistas y mujeres. «Pero los jueces aplican la ley que ustedes hicieron», se atrevieron a sugerir los visitantes. «Falso de toda falsedad», replicó la de Galapagar: «Ellos la boicotean». Los magistrados son, para la pandi, una reliquia franquista y un estercolero machista. No hay novedad alguna en esas convicciones, que la ministra y su coro han repetido ante todo el que haya querido oírlas.

Los comisionados retornan a Bruselas, con un agrio dilema a cuestas. No pueden ignorar la burla a la que han sido sometidos. No pueden tampoco recomendar sanciones, cuya dureza sería hoy catastrófica. Con una España en la raya misma del abismo, sólo queda intentar salvarla, aunque sea en contra de sus inercias o en contra de su gobierno. Es la lógica del mal menor. Pero, ¿durante cuánto tiempo seguirá tolerando la UE que un gobierno español malverse fondos y burle garantías impunemente?