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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Tito Berni

No puede ser más grave llevarse dos cremas del híper que encabezar una trama de sobornos y adjudicaciones con juergas nocturnas infames y cómplices en Madrid y Canarias

Tito Berni podría ser, perfectamente, un dirigente del PSOE o de la UGT andaluces, pero la providencia le hizo nacer en Canarias, donde él brotó con un genoma similar al de sus primos de los ERE, igual de eficaces haciendo el trenecito en tantas noches de harina y neón.

El diputado socialista, que también guarda un entrañable parecido físico con Luis Roldán, era el rey de la juerga madrileña, para satisfacción de asadores, marisquerías y bares de lucecitas, que le deben mucho.

Tanto como Santiago Segura si decide rodar otra secuela de la saga de Torrente inspirada en hechos reales. Le han dado el guion hecho y libre de derechos de autor.

Pero la parte casposa de la trama no debe impedirnos ver el bosque: más allá de drogas, meretrices y atracones, lo sustantivo es que un diputado socialista se ha tirado varios años sobornando a empresarios a cambio de favores que, de algún modo, necesitaban de la complicidad de Administraciones Públicas e instituciones en las que Tito Berni, o su sobrino tragaldabas, tenían mano.

Entraba y salía del Congreso como Tito por su casa, situaba a familiares en cargos hereditarios en el Gobierno Canario y tenía acceso directo a otros diputados y, tal vez, ministros y secretarios de Estado, cuya participación directa o tangencial exige una investigación judicial, política y policial que ya está tardando.

El diputero socialista tenía el desparpajo de presumir cada 8M de las reivindicaciones feministas y respaldó la ley que pretende abolir la prostitución, para luego acudir con sus invitados a fiestas de largo satén donde se explotaba a mujeres con dinero negro y favores sucios.

Y aunque las confesiones de arrepentidos son por definición dudosas, y obedecen siempre a un interés tan humano como espurio, la delación a cambio de la impunidad, parece verosímil el relato de Antonio Navarro, mediador de la trama: él señala a 15 diputados socialistas como invitados habituales a las orgías, enumera hasta 16 contratos públicos inducidos por el diputero e implica en los negocios a instituciones públicas de rango nacional.

Los sobornos solo se mantienen en el tiempo si son eficaces y, al cobro exigido, le sucede el pelotazo comprado: nadie paga una fiesta si no logra luego el premio económico deseado.

Y para obtenerlo, no basta con que Tito Berni organice bacanales y presuma de capo: alguien más ha de estampar su firma en un contrato que engrase el chanchullo y permita que cada cual se lleve su parte del tesoro.

El PSOE linchó a Cristina Cifuentes por llevarse dos cremas, a Rita Barberá por donar 1.000 euros al PP valenciano, a Ana Mato por ignorar la procedencia del Jaguar en su garaje o, entre tantos, a la Infanta Cristina por no estar al tanto de las andanzas de su marido: dijo, con alguna razón, que el desconocimiento de los hechos no exime de responsabilidad a sus beneficiarios indirectos.

No digamos, pues, a sus inductores, cómplices y quien sabe si socios de esta casposa aventura canaria de un tipo que no pudo actuar solo: quizá era él quien se bajaba los calzoncillos, pero en esta historia hay ya demasiada gente en pelotas.