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HorizonteRamón Pérez-Maura

La progresía insulta nuestra inteligencia

Así que han concluido que mis lecturas de «Los siete secretos» –los prefería a «Los cinco»– han debido hacer de mí un ser políticamente incorrecto. Pues no saben ustedes cómo me alegro

Este afán que ha entrado a la progresía por aplicar la censura a la cultura es algo que me pasma. Tantos años luchando por la libertad de expresión y ahora resulta que tanto la de expresión como la libertad de creación se han vuelto peligrosas. En los últimos días hemos tenido noticia de varios autores muertos hace tiempo a los que se les está empezando a censurar ahora. Y esta semana le ha caído la guillotina censora a la autora que más llenó mi infancia: Enid Blyton. A estas alturas se les ha ocurrido que esta mujer que ha vendido 600 millones de copias de sus libros dirigidos a los niños; una autora cuya obra ha sido traducida a noventa idiomas; una escritora que es la cuarta autora del mundo que más veces ha sido traducida debe ver su obra censurada más de medio siglo después de su muerte. Acabáramos.

Esta política de la cancelación va a decretar ahora qué es lo que deberían haber dicho autores que tuvieron un inmenso respaldo de los lectores. Y la presión de esa izquierda sectaria está doblegando a grandes grupos editoriales que se rinden antes de defender el legado editorial del que son depositarios. Los ejemplos que ha publicado en El Debate Isabel Cendoya son apabullantes. El lenguaje está vivo y las palabras van evolucionando. Pero leer libros antiguos tiene la ventaja de animarte a buscar en el diccionario palabras que con el significado que se les da hoy, no tienen sentido en el contexto en que aparecen en esa narración. Un ejemplo prototípico en los libros de Blyton es el término queer que antiguamente y en los libros de esta autora significaba algo extraño o raro. Pero como hoy se emplea como término despectivo para referirse a los homosexuales, hay que hacerlo desaparecer de los libros de Enid Blyton que nunca habló de homosexualidad en sus libros infantiles. Algo reprobable para esta cultura woke. Con un par. Y lo malo no es que se emplee otras palabras de significado similar para sustituir el término censurado. Vocablos como odd, strange o weird no cambian el sentido de la frase cuando sustituyen a queer. Pero a lo que sí se perjudica es a la cultura de los niños.

Algo similar ocurre con el término gay. De toda la vida, un gay party era una fiesta muy alegre o divertida. Sin más. Pero como hoy en día se emplea también como sustantivo para referirse a los homosexuales –qué obsesión– también se suprime. Aunque no solamente hay esa obsesión. Ya nadie puede ser llamado gordo, fat. Es una palabra prohibida. Cuando Blyton se refería a un niño como bajo y gordo ahora pasará a ser sólo bajo. Que no sé por qué es menos malo u ofensivo que ser gordo. Misterios de la progresía.

Peor todavía son realidades de aquellos tiempos que han sido directamente censuradas. Es decir, que para los jóvenes de hoy serán como si no hubieran existido. Se suprime toda referencia a la autoridad. Si un niño dice I’m sorry, sir, se quita el sir y tan contentos. Y se suprime toda referencia a los castigos corporales, que forman parte indeleble de siglos de educación británica. En mi colegio, Downside, el castigo corporal era común y habitualmente preferido por los alumnos frente a la alternativa. Recibir cinco varazos en el trasero era preferido al castigo de tener que subir y bajar corriendo a los campos de rugby los martes a las 8,00 de la mañana, lloviendo o nevando. O a tener que copiar una página de tablas de logaritmos, que era la mayor tortura imaginable. El trámite de los varazos se despachaba en un minuto y todo lo más se prolongaba algo el tiempo que tardabas en poder volver a sentarte. No era gran cosa.

Así que esta progresía ha concluido que mis lecturas de «Los siete secretos» –los prefería a «Los cinco»– han debido hacer de mí un ser políticamente incorrecto. Pues no saben ustedes cómo me alegro. Ahora van a contribuir a fomentar el mercado de segunda mano de los libros de Enid Blyton porque están sin censurar. Tengo que buscar dónde está mi colección de las andanzas de Peter, Janet, Pam, Barbara, Jack, Colin y George. Igual hago caja vendiendo la versión original de «Los siete secretos».