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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Tito Sánchez no está solo

Cuarenta años después, Tito Sánchez gobierna con los paradójicos herederos de los puros de entonces. A sueldo. Y la pureza se ha trocado en gangrena. Es la ley de la política: o inmaculada impotencia o potestad maculada. Y no, no hay ya un solo Tito Supremo en el vértice moral de los gánsteres. Hay Titos, en plural. Y Titas. ¡Gran ventaja, la «igualdad de género»!

Sucede que olvidamos. Demasiado deprisa. Cada vez más, en una sociedad en la cual la información hace rodar su bombardeo de tapiz sobre las conciencias, aniquilando el depósito de los recuerdos. Nada, en la espontaneidad de las redes o en la planificación metódica de los televisores, sobrevive más allá de los instantes de gozo que aporta el espectáculo apoteósico. Porque la realidad es ya sólo espectáculo. Y el espectáculo, hasta puede ser grandioso, sí. Pero dura el medido intervalo durante el cual renta mantener en pie la tramoya.

Sucede, así, que olvidamos un pasado que, de inmediato, se trueca en prehistoria. El presente, ni siquiera llega a existir de verdad, más allá de ser ocasión para un universo cretino de fotos y selfis compartidos. Un día, siglos después, cuando se estudie este primer cuarto del siglo veintiuno, se rendirá homenaje a la mente más perversa: la del monstruo que inventó la cámara incorporada al móvil. No hay realidad, desde entonces. Sólo instante fotográfico, que deja de resonar cuando imágenes igual de gritonas le disputan su fugaz trono. En el vértigo del presente imaginario, ningún recuerdo pervive. Tampoco, estos portadores de recuerdos que los hombres fuimos.

Las imágenes de unos sinvergüenzas, robando fondos públicos desde sus escaños y fundiendo beneficios en coca, alcohol, chicas venales y repugnante mal gusto en calzoncillos, pueden hoy parecernos inconcebibles, cosa de La Habana, Managua o Caracas. Pero es mentira. Los que no guarden en su cerebro más que las imágenes que captó su móvil la semana pasada, pueden consultar en Google. Búsqueda de fotos: Roldán+coca+putas. Si logran diferenciar esas imágenes de las de Bernie+coca+putas, es que tienen un ojo más fino que el de los miniaturistas del siglo XVIII. Porque las imágenes son idénticas. En todo. En lo delictivo como en lo hortera, como en lo nauseabundo. Robar bajo el imperio de Tito Sánchez se diría que es idéntico a lo que fue robar bajo el imperio de Tito González.

Pero, ¿es de verdad lo mismo? Tengo mis dudas. Lo del robo, la coca y las chicas venales del director general de la Guardia Civil, Luis Roldán, sucedió bajo el paraguas de un gobierno de omnipotente monopartido socialista, que, tras su barrida de 1982, aspiraba –con fundamento– a eternizarse en el poder, sin necesidad de alianzas ni apoyos externos. Todas las responsabilidades morales y políticas, de esa y de las otras tantas corrupciones de los trece años y medio, recaían sobre el vértice de una jerarquía socialista tan vertical como la de ahora. González y Guerra primero, luego Tito González solo. Como ahora Tito Sánchez. Ni una brizna de paja se mueve en el granero PSOE sin que el Emperador de turno dé la orden. Así ha sido desde 1978. Así seguirá siendo. Le toca hoy a Tito Sánchez. Pero da igual que caiga. Vendrán otros. El socialismo español es una máquina delictiva, inoperante de otro modo. Compra clientes y relatos. Y paga –y cobra– al contado. Ni empresario ni narradores van a quebrar el pacto. No, mientras el dinero llegue.

Lo de ahora, sin embargo, introduce un factor nuevo: la corrupción de los incorruptibles. En los años ochenta, la minúscula extrema izquierda conservaba una pureza entrañable. Era tan inexistente en las urnas que a los Titos gonzalistas ni se les pasó por la cabeza la conveniencia de comprársela. Ahora, cuarenta años después, Tito Sánchez gobierna con los paradójicos herederos de los puros de entonces. A sueldo. Y la pureza se ha trocado en gangrena. Es la ley de la política: o inmaculada impotencia o potestad maculada. Y no, no hay ya un solo Tito Supremo en el vértice moral de los gánsteres. Hay Titos, en plural. Y Titas. ¡Gran ventaja, la «igualdad de género»!