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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Por favor: recuerden esto

Decepciona la amnesia pastueña con que la sociedad española parece haber olvidado la pésima gestión de la pandemia hace solo tres años

Recuerdo que el 31 de enero de 2020, Estados Unidos cerró las puertas a todo viajero que hubiese pisado China y que poco después el coronavirus obligaba a encerrar a media Lombardía, en nuestra vecina Italia. Pero aquí teníamos un Gobierno instalado en la inopia. Recuerdo que el 16 de febrero el referente sanitario del Gobierno, el torpe doctor Simón, declaraba que «en España ya no hay casos y no ha habido transmisión local del virus». Recuerdo a Nadia Calviño tranquilizándonos muy flemática con su vaticinio de que los efectos económicos de la crisis serían «poco significativos».

Recuerdo que el 4 de marzo, a solo diez días del estado de alarma, Fernando Simón explicaba que no tenía sentido cerrar los colegios, ni suspender los actos públicos masivos. Recuerdo que el Gobierno ignoró las voces de alarma que circulaban por todo el planeta, porque por sus obsesiones sectarias prefirió primar una asistencia masiva al 8-M, fiesta patronal del «progresismo». Recuerdo que cuando la epidemia estalló con toda su virulencia, el Gobierno estaba fuera de juego y no tenía ni mascarillas, ni equipos básicos de protección para los sanitarios. Recuerdo que The New York Times, la biblia del izquierdismo, apodó a los médicos y enfermeros españoles como «los kamikazes», porque batallaban contra el virus sin el material profiláctico obligado, debido a que el Gobierno «progresista» era incapaz de facilitárselo.

Recuerdo que Sánchez pasó súbitamente del estado de inopia al estado de alarma. Nos encerró de manera anticonstitucional, según ha establecido una doble condena del TC, y organizó una okupación propagandística de la televisión, de una intensidad que solo se ve en los regímenes totalitarios. Recuerdo aquellos insoportables «¡Aló presidente!» de autobombo. Recuerdo que a un general de la Guardia Civil se le calentó la boca en una de las ruedas de prensa perennes y reveló que tenía órdenes de vigilar la prensa y las redes «para minimizar el clima contrario a la gestión del Gobierno» (lo cual se llama censura).

Recuerdo que el presidente del Gobierno no mostró un ápice de humanidad con las miles de familias españolas que estaban perdiendo a seres queridos (vetó el luto oficial y solo hizo una visita de media hora a un hospital en toda la crisis). Recuerdo cómo se manipulaban sin pudor los datos de fallecidos. Todavía hoy no conocemos la cifra real de muertos (se habla de 119.000 en estos momentos, pero pueden ser tranquilamente 40.000 más). Recuerdo que se invocaba un comité de expertos que al final no existía. Recuerdo que para hacerse propaganda Sánchez se inventó un informe de la Universidad John Hopkins sobre los test que se hacían en España (que tampoco existía). Recuerdo cómo se organizaban en el centro de Madrid tremendos despliegues policiales para acongojar a cincuenta o sesenta personas de derechas que tenían el valor de salir a la calle a protestar contra la gestión del Gobierno. Recuerdo al vicepresidente Iglesias anunciando con máxima impostación propagandística que se hacía cargo personalmente de la gestión del drama de las residencias. Pero nunca más se supo de él. Recuerdo que en la primera ola figurábamos sistemáticamente entre los cinco países con más muertos por millón de habitantes. Pero Sánchez no se daba por enterado.

Recuerdo a Nadia Calviño prometiendo que la economía despuntaría como un cohete en 2021 y que saldríamos «más fuertes». Una mentira que acabó en la mayor caída del PIB de toda la OCDE. Recuerdo que el 4 de julio de 2020, Sánchez proclamó que habíamos «derrotado al virus» y nos animó a «disfrutar de la nueva normalidad», porque le venía bien ofrecer buenas noticias en víspera de las elecciones gallegas y vascas. Recuerdo que cuando el virus volvió a despuntar con fuerza, se largó de vacaciones a La Mareta, le endosó la gestión de la covid a las comunidades y lanzó como cortina de humo una campaña desaforada contra el Rey Juan Carlos (que acabó provocando su insólito destierro).

Recuerdo que cuando por fin llegaron las vacunas, Sánchez se puso la medalla, cuando las había comprado la UE y las habían distribuido las comunidades. Él no había pintado nada. Recuerdo los tardíos y gélidos homenajes a las víctimas, con un pebetero cursi, estética new age y proscribiendo toda oración cristiana en un país mayoritariamente católico. Recuerdo al flemático Illa, un filósofo al que Sánchez había colocado en el Gobierno solo para engrasar los apaños con los separatistas catalanes, que no sabía por donde le soplaba el aire.

Recuerdo, en resumen, un cúmulo de incompetencia, embustes, propaganda extenuante y falta de previsión. Y me resulta pasmoso que gran parte de la sociedad española ya se haya olvidado de todo aquello y lo dé por amortizado. Por favor: no olviden lo que pasó en España hace tres años y quién hizo lo que hizo.