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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Pam Sánchez Pérez-Castejón

No perdamos la perspectiva: el auténtico culpable del esperpento de Igualdad es quien las ha puesto ahí y las mantiene pese a la colección de disparates

Ángela Rodríguez Martínez, alias Pam, de 33 años, nunca trabajó antes de vivir de la política. Pam, que se define como «feminista, bisexual y galega», no sabe hacer nada de valor y chapotea de charco en charco. Pero le pagamos 123.000 euros anuales como secretaria de Estado de Igualdad, cargo que disfruta desde 2021.

En el mundo privado, Pam no accedería jamás a la pasta que hoy se embolsa. De hecho, desconoce lo que es una nómina en una empresa. Acabó la carrera de Filosofía en Santiago y luego enredó haciendo un máster de Arte en Vigo para no ponerse a currar. Mientras ganduleaba, tuvo el buen ojo de meterse en las movidas del 15-M. Entró en Podemos y pronto intentó convertirse en su jefa en Galicia. Pinchazo: perdió las primarias y tuvo el detalle de gran «progresismo» de calificar a la camarada que la derrotó de «puta coja». Puro feminismo y respeto a los discapacitados. Ya apuntaba...

De Podemos saltó a En Marea, un tinglado afín que montaron en Galicia el veterano nacionalista Beiras y la IU de Yolanda Díaz (ambos acabaron de pena, con el abuelete tachando de «Judas» a Pasarela Díaz). Pero a Pam aquella jugada le salió redonda, al igual que a Yoli. Logró un escaño en Madrid en las listas de En Marea y una vez en el Congreso se hizo chupi colegui de Irene Montero. Así que cuando Iglesias le impuso a Sánchez el nombre de su mujer, Lady Galapagar, como ministra, Pam acabó de asesora en el friki ministerio arcoíris de su amiga. Más tarde la hizo secretaria de Estado, y ahí sigue, pasándolo bomba. Pam ha encontrado en Podemos su nómina y también su dicha, pues su novia chupa como ella del bote morado. Al igual que Yolanda, en Madrid ha cambiado el pañuelo palestino por las mechas rubias, la barra de labios rojo-pasión y un amplio fondo de armario. Comunismo Dior.

Pam no hace nada de fundamento. La violencia contra las mujeres, su principal reto, no para de aumentar. Su notoriedad procede de sus ideas paranormales y su adicción a meter la gamba. Pam se troncha haciendo chistes sobre los violadores que salen a la calle por su incompetencia y la de su jefa y amiga, Irene. Pam, con su vozarrón ronco, reflexiona muy compungida sobre el drama que supone que las españolas prefieran «la penetración a la autoestimulación» (este Gobierno acabará regulando hasta el correcto modo de miccionar). Pam, un cargo público, hace la acémila jaleando en la manifestación del 8-M cánticos ultra faltones contra Abascal y su madre. Pam padece una aversión patológica a los hombres, pues a sus ojos todos somos una suerte de mandriles protovioladores, y tiene a gala una concepción chalada de la sexualidad y la familia.

Pam es un esperpento político. En una situación normal, llegaría como mucho a concejal excéntrica en las filas de algún partidillo radical minoritario. Pero en la España de 2023, Pam Sánchez Pérez-Castejón forma parte del Gobierno.

No debemos perder la perspectiva. El culpable de que Pam y la pandi flipada de Igualdad sigan ahí es Sánchez. El que hizo suya la ley del 'solo sí es sí', presumiendo de ella en una cumbre del G-20, es Sánchez. El que ha aprobado una ley trans que se chotea del sentido común es Sánchez. El que mantiene en su Gobierno a Montero, Belarra y Pam, a pesar del puré de guisantes ideológico que bulle en sus cabezas, es el altivo peso pluma Sánchez.

No nos despistemos con el ruido del circo: Pam es Sánchez.