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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Una Europa sanchista

Bruselas ha permitido a Sánchez convertirse en un yonqui del gasto público alérgico a las reformas porque hace tiempo que en Bruselas también se ha abrazado esa misma suerte de populismo económico

A Pedro Sánchez hay que reconocerle al menos una habilidad indiscutible: ha sabido camelarse a las autoridades de Bruselas como se cameló en su día a muchos votantes españoles. Con la honrosa excepción del comisario de Justicia, que no traga con sus maniobras contra el Estado de Derecho, el resto de la Comisión Europea, con su presidenta Von der Leyen a la cabeza, ejercen de solícitos palmeros de las tropelías de este gobierno. Todos aquellos que depositaron en la Comisión Europea sus esperanzas de poner freno a los excesos de Sánchez hace tiempo que renunciaron a esa utopía. Aun así, la aquiescencia de Bruselas al plan de Escrivá para las pensiones resulta insólita.

Bruselas ha renunciado a exigirle al gobierno español una auténtica reforma de las pensiones y ha tragado con el bonito cuento de la lechera que les hemos presentado, aunque ellos y nosotros sabemos que carece del menor atisbo de sostenibilidad. Se trata de una curiosa reforma que consiste en establecer mecanismos para que el gasto, lejos de controlarse, suba todavía más. Los pobres jubilados griegos y portugueses que vieron sus pensiones esquilmadas por orden de Bruselas durante la pasada crisis de deuda se pueden sentir hoy tan perplejos como los empresarios y los autónomos de nuestro país, que se convierten en los pagafantas del artefacto mientras este no colapse definitivamente.

Hace unos días la ministra Mª Jesús Montero metió la pata en un mitin al definir a la perfección el desbarajuste de nuestra economía: las pensiones de muchos abuelos están para completar las carencias de renta de los hijos y los nietos. Somos el país con la tasa de paro más alta de Europa y a la vez somos uno de los países de la OCDE con mayor carga impositiva sobre los salarios, pero el gobierno se ha limitado a decir que sean los trabajadores y los empresarios quienes apechuguen con el gasto desbocado en pensiones que se niegan a controlar.

Entre la supuesta ortodoxia de Bruselas y las urgencias electorales de Sánchez, claramente han vencido las segundas y esta decisión no augura nada bueno ni para el mercado laboral español ni para la credibilidad de las políticas comunitarias. Bruselas ha permitido a Sánchez convertirse en un yonqui del gasto público alérgico a las reformas porque hace tiempo que en Bruselas también se ha abrazado esa misma suerte de populismo económico.

Dicen las malas lenguas que Von der Leyen tiene debilidad por Pedro Sánchez y le pone ojitos golosones. Yo no lo creo. A Von der Leyen, lo que le gusta de verdad, como a Sánchez, es repartir dinero público. La presidenta de la Comisión se pegó una exitosa tournée haciéndose fotos en todos los países con el carpetón de los fondos Next Generation como quien reparte premios de un concurso de televisión. Pero ha renunciado a fiscalizar esos fondos y a velar por que cumplan su auténtico cometido de modernización de la economía europea. Esa es la parte incómoda de su trabajo que se niega a hacer.

Ni las pensiones españolas son sostenibles sobre unos impuestos insostenibles al empleo, ni las actuales políticas europeas se podrán mantener sin un mínimo de credibilidad. Llegará el pendulazo y lo sufriremos los ciudadanos, aunque ni Escrivá ni Sánchez ni Von der Leyen estén entonces ahí para asumir las consecuencias de su frivolidad.