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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Hoy hace 19 años empezó todo

El cainismo, la ingeniería social, la nueva religión laica del feminismo, el ecologismo, el animalismo y la degradación institucional son los lodos de aquellos polvos

Pedro Sánchez es el último capitán, el que ha hecho naufragar a España. Pero antes que él, otros indeseables grumetes allanaron el camino de la devastación. Hoy hace exactamente 19 años que la cuarta economía del euro vivió una jornada propia de las dictaduras bolivarianas, a la medida de la Nicaragua de Ortega o de la Venezuela de Chávez. El 13 de marzo de 2004, solo dos días después de que nuestro país sufriera el mayor atentado terrorista de Europa (no un accidente, Mónica García), hordas comunistas antisistema se conjuraron para ocupar las calles y torcer la voluntad de los españoles que tenían la delicada misión de decidir el futuro de su país en medio de la conmoción por el 11-M, que había segado la vida de 193 inocentes.

Al mando de ese golpe de Estado que cumplió su misión de adulterar la voluntad ciudadana estaban viejos conocidos de la afición, que desbrozaron el camino que hoy les ha llevado a colonizar las instituciones y sumir a nuestro país en una degradación institucional sin precedentes. Pablo Iglesias va diciendo por ahí que las movilizaciones ilegales que atendieron al famoso sms del «Pásalo» para rodear la sede del PP la tarde del día de reflexión fue obra suya y de un grupo de profesores de Ciencias Políticas de la Complutense, acompañados de un periodista de izquierdas cuyo nombre sigue en el anonimato. El propio Iglesias ha confesado ufano que mandó 17 veces el mensaje.

Las urnas del 14 de marzo arrojaron un resultado contrario al que auguraban todas las encuestas y entronizó a un anodino diputado leonés, José Luis Rodríguez Zapatero, como presidente, mandando a la oposición al PP recién heredado por Rajoy de manos de Aznar. La excusa para la multitudinaria movilización antidemocrática fue que el Gobierno popular mintió sobre la autoría de las bombas en los trenes, apuntando a ETA y no al terrorismo islamista, cuya responsabilidad en la masacre fue justificada –¡justificada!– por los comunistas como respuesta al apoyo de Aznar a la coalición británico-americana que paró los pies al dictador Sadam. Así, la extrema izquierda vio respaldadas con 193 muertos sobre la mesa su soflama del «no a la guerra» y la estigmatización de la foto de las Azores, e hizo caer a un Gobierno que, todo hay que decirlo, gestionó francamente mal aquellos días de ruido y furia.

En aquella jornada de reflexión el PSOE de Rubalcaba tuvo un papel muy turbio, cómplice necesario del asedio al PP. Un responsable político con sentido de Estado habría salido desde el minuto uno a desmovilizar al populismo. El socialista fallecido quiso pescar votos en aquellas aguas turbulentas y solo condenó a la jauría después de que, con toda razón, Mariano Rajoy llamara a la sensatez y a disolver la concentración ilegal. Rubalcaba necesitó que pasaran diez años para entender que aquel monstruo populista al que aquel día no frenaron, e incluso engordaron para que les sirviera de brazo armado en las calles, fue el germen del Gobierno socialcomunista, del que luego abominó bautizándolo exitosamente como «franckenstein».

La agenda de aquellos populistas la llevó al BOE primero Zapatero y luego Sánchez. El primero, bajo un falso buen talante agarró la pala y cavó las primeras trincheras entre españoles, con la cainita ley de memoria histórica y las iniciales capas de blanqueante sobre Otegui, que pasó de terrorista condenado a hombre de paz, con la connivencia del flamante presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido, dispuesto a acabar hoy la obra de destrucción emprendida entonces. Luego llegaría Pedro Sánchez, que no solo profundizó el mandato totalitario de aquel 13-M, sino que incorporó a los golpistas al Gobierno y a bilduetarras e independentistas a la gobernabilidad del Estado. El cainismo, la ingeniería social, la nueva religión laica del feminismo, ecologismo, animalismo y demás hierbas, la degradación institucional, la pérdida de los usos y costumbres de nuestra transición y la imposición de la zafiedad en nuestra política son los lodos de aquellos polvos.

Sí, el 13 de marzo de 2004 ganaron ellos. Hoy tenemos la prueba: desolación y miedo.