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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Que sí, Fernando, que sí

Hay que volver al sueño imposible de Fernando Satrústegui. Ver al «Barça» en Segunda División. Está a punto de realizarse tu deseo, mi amigo del alma

Tengo la intuición –la seguridad, en el presente caso es imposible– de que el fútbol, en la nueva dimensión posterior al abandono de este conflictivo planeta, en el Misterio de los azules infinitos, importa un bledo. Pero intuyo que se dan excepciones. Una de ellas, la de mi inolvidado amigo Fernando Satrústegui Aznar, la mejor persona que he conocido, inteligente, gran abogado, con un formidable sentido del humor y de la generosidad, madridista hasta las entretelas y rotundamente irremplazable.

En 1991, cuando me dio la ventolera de presentarme a las elecciones del Real Madrid contra la candidatura de Ramón Mendoza, Fernando figuraba como vicepresidente 1º, junto a Juan Guerrero-Burgos y Ramón Calderón. Fernando me aventajaba en más de siete años de vida, pero fuimos amigos desde la juventud, y pertenecimos al mismo equipo de fútbol, Los Cuervos, que competía en una Liga local. Las camisetas producían en los adversarios profunda envidia. Las compró en Río de Janeiro Joaquín –Jimmy– Giménez-Arnau, en uno de sus viajes a Brasil para visitar a sus padres. José Antonio Giménez-Arnau y Gran era el embajador de España en aquel prodigioso país. Las camisetas eran muy brasileiras, a rayas rojas, amarillas y negras, con un cuervo como escudo. Fernando era fuertísimo, pero limpio y noble. Joaquín jugaba muy bien y descontrolaba a los adversarios con sus comentarios mordaces, y yo, modestamente, fui el precursor de Netzer. También jugaban los hermanos Obregón Saracho, colchoneros. Emilio podría haber triunfado en el fútbol profesional, y Jesús era una mole con un carácter endiablado. Un domingo, lo mantuvimos encerrado en nuestro vestuario hasta que el árbitro se marchó a toda pastilla. Y a punto estuvo de derribar la caseta a patadas.

Durante la campaña electoral, afortunadamente perdida – pero con trampa–, para derrotar a Ramón Mendoza en sus tiempos de esplendor –el propio Ramón me reconoció años más tarde que Lorenzo Sanz introdujo en las urnas las papeletas de 700 socios fallecidos–, después de una jornada agotadora, visitando peñas y agrupaciones madridistas –un tostón–, Fernando, Juan Guerrero-Burgos, Alfonso López Pelegrin –tesorero–, Eduardo Escalada –vocal de Agitación y Propaganda–, Marta Satrústegui, hija maravillosa de Fernando y espía de los movimientos y visitas a la sede electoral de Mendoza, y el periodista Gaspar Rossety, que a pesar de trabajar a las órdenes de José María García era partidario de nuestra candidatura, nos reunimos a tomar una copa en el bar Camino Real, muy cercano a nuestra sede en la calle Marceliano Santamaría, junto al Bernabéu. La sede era una frutería, La Piña de Oro, que terminó incendiada con los cócteles Molotov que nos lanzaron los Ultrasur de Ochaíta, que tenían un espacio reservado en el Bernabéu en el que guardaban sus banderas y pancartas además de otros objetos. Y cuando tomábamos la copa, Fernando nos comunicó su sueño imposible de realizarse. «Daría la mitad de mi vida por ver en Segunda División al Barcelona». Y todos coincidimos en aquel delicioso pero improbable sueño. Y nos reímos, claro está.

Fernando, además de un gran abogado –formó despacho con Juan Guerrero-Burgos, otro personaje insuperable–, fue uno de los promotores del nuevo Club de Campo. Juan Guerrero, casado con Rosario Coronel de Palma, tuvo una hija, apodada Ros, cuyo padrino era y es Uli Stielike. Ros se llama Rosario Ulrika, en homenaje al Tanque, y el detalle da a entender la extravagante grandeza de su madridismo. Como Fernando, se dedicó a la abogacía y el golf. Y en el golf, su Club de Golf, Fernando dejó la vida cuando iba a iniciar el recorrido. El golf, al contrario de lo que piensan sus practicantes, es un deporte de alto riesgo. No conozco a nadie que haya fallecido en un torneo de saltos de esquí, pero amigos que se fueron mientras jugaban al golf, bastantes. Fernando, su tío carnal José María Satrústegui, Juan Luis Pan de Soraluce, mi primo Joaquin Solís Muñoz-Seca, y hasta Bing Crosby, el cantante y actor, que falleció inmediatamente después de inaugurar junto a Jack Nicklaus, el Golf de La Moraleja. Muy traicionero deporte.

Pero hay que volver al sueño imposible de Fernando Satrústegui. Ver al «Barça» en Segunda División. Está a punto de realizarse tu deseo, mi amigo del alma. No sólo –con acento– es posible su descenso por hacer trampas y sobornar árbitros durante veinte años. También entra en lo probable que pase unas cuantas temporadas sin poder competir en los grandes torneos internacionales. Me causa una profunda tristeza que todo el tinglado del Barcelona se haya descubierto cuando en el lugar de las almas buenas lo del fútbol carece de importancia. No obstante, y por si te llega mi mensaje, te lo repito. Que sí, Fernando, que sí. Que puede bajar a Segunda División. Si te encuentras por el Misterio con don Santiago Bernabéu, Di Stéfano, Puskas o Gento, no te olvides de contárselo. Que sí, Fernando, que sí. Un abrazo infinito y hasta pronto.