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HorizonteRamón Pérez-Maura

De la infamia y la injuria a un muerto

En Bilbao, en los prolegómenos de la Guerra Civil española, Wakonigg se jugó la vida por defender la de miembros de las familias Urquijo, Aznar, Sendagorta y otras. Además de personajes tan populares, años después, como Luis Escobar. Se rindió cuando no fue capaz de salvar la vida de Pedro Eguillor

Puede parecer lo mismo, pero siendo graves ambas cosas, no lo son. La infamia, según el Diccionario de la Real Academia Española tiene dos acepciones de las que destacaré la segunda: «Vileza en cualquier línea». E injuria tiene cuatro de las que para el caso que me ocupa señalaré la cuarta: «Delito o falta consistente en la imputación a alguien de un hecho o cualidad en menoscabo de su fama o estimación.»

En las últimas horas hemos publicado en El Debate un artículo titulado «El caso Maruja Mallo: perversión del mercado del arte» en el que yo creo que se perpetran ambas agresiones. El fondo del artículo tiene que ver con una disputa por una autoría de cuadros de la pintora Maruja Mallo. Es un asunto del que yo tengo el mismo conocimiento del que poseo sobre la física cuántica. Ninguno. Y sobre el que tengo absoluta indiferencia limitada a que esa pasividad contribuya a perjudicar a alguien inocente. Pero en esa disputa se han publicado aquí una injuria y una infamia muy graves.

Se dice del protagonista de una de las partes de la disputa: «El galerista y hombre de negocios Guillermo de Osma y Wakonigg, hijo del conde de Vistaflorida y hermano del actual conde, José Domingo de Osma y Wakonigg, es nieto de Wilhem Wakonigg, cónsul de Austria en Bilbao durante la Guerra Civil, espía franquista fusilado por los republicanos. Wakonigg, nazi hasta el último minuto de su vida, al ser fusilado gritó '¡Heil Hitler!' según información ampliamente disponible.» Insisto en que yo no tengo conocimiento para entrar a juzgar la disputa por las obras de Maruja Mallo. Ni me importan una higa. Pero de Wilhem Wakonigg, al que siempre he oído referir –y me he referido yo– como Guillermo Wakonigg, sí. Creo que sé algo.

Creo que si hay algo que se debe respetar es la memoria de los muertos, porque no pueden defenderse. Decir que Guillermo Wakonigg fue un nazi es una injuria y una infamia. Se aporta como sustento de la afirmación una crónica de El Correo –de soltero El Correo Español-El Pueblo Vasco, periódico maurista el segundo de los dos que se fusionaron– crónica sin firma y sin fecha. Para estar tomada de una hemeroteca, no está mal. En cualquier hemeroteca hay crónicas sin firma. Pero es metafísicamente imposible que carezcan de fecha.

Hay que reconocer que el texto va dentro de una serie del periódico titulada «Los nazis que espiaban desde Bilbao». Y subtitulada: «La CIA difunde documentos que revelan la trama creada por espías de Hitler en Bizkaia en los años 40. Un grupo de policías, guardias civiles, marineros... traicionados por un agente doble». Considerando que Guillermo Wakonigg fue asesinado el 19 de noviembre de 1936, cuesta imaginar lo que pudiera hacer en la década de 1940 en favor de los nazis.

Pero lo que más me importa destacar es que en ese texto se dice que Wakonigg era el cónsul de Austria durante la Guerra Civil. Es posible. Lo que sé es que era cónsul del Imperio Austrohúngaro en Bilbao y a la caída de la Monarquía danubiana en 1918 siguió como cónsul. No solo eso. Cuando el hoy beato Emperador y Rey Carlos murió de pulmonía y en la miseria en Madeira, se buscó en Lequeitio un hogar para la Emperatriz viuda Zita y sus ocho hijos, encabezados por el Archiduque Otto, al que Wakonigg trataba como su Emperador. Y allí sirvió a la Familia Imperial incansablemente.

En Bilbao, en los prolegómenos de la Guerra Civil española, Wakonigg se jugó la vida por defender la de miembros de las familias Urquijo, Aznar, Sendagorta y otras. Además de personajes tan populares, años después, como Luis Escobar.

En esa crónica infame y anónima se dice que Wakonigg fue nazi hasta su asesinato por los republicanos en 1936 y que en el último momento gritó «¡Heil Hitler!». Cualquiera con un mínimo de cultura sabe que en alemán no existe la exclamación inicial «¡». A mí, ese error me hace pensar que quien escribió esa acusación tuvo que ser uno de los asesinos iletrados que lo ejecutaron. Pero es que, en 1936 Guillermo Wakonigg era uno de los austrohúngaros que seguía financiando de su bolsillo la restauración de la Monarquía en el Archiduque Otto, a quien Wakoniggg había sostenido con su patrimonio desde 1921 ¡al menos! Y hay datos con cifras y fechas en la Fundación Otto de Habsburgo en Budapest. Y Otto, en un «proceso judicial» con él ausente, fue condenado a muerte por el régimen nazi. Y nos dicen que quien le sostenía económicamente gritó «¡Heil Hitler!» en el momento de ser asesinado. Nos toman por ágrafos. Mejor harían mirándose en el espejo. Y para mí, el resto de lo que se dice en el artículo hay que medirlo por lo que yo sé sin temor a errar.