Solbes y Guerra, bien pero tarde
La muerte no dignifica a nadie, pero tampoco su marcha debe procurarnos el hacha para hacer leña del árbol caído
Descanse en paz Pedro Solbes, un hombre del que hasta sus rivales reconocen un tono dialogante y conciliador y hondo europeísmo. La muerte no dignifica a nadie, pero tampoco su marcha debe procurarnos el hacha para hacer leña del árbol caído. La política a veces emponzoña la razón de los más sabios, y aquellos con mimbres para ser buenos vasallos si tuvieran buen señor terminan traicionando sus convicciones, contaminados por la toxicidad del poder. Lo primero que cabe echarle en cara al socialista fallecido fue que, por las casualidades de la política que él propició con su dimisión, hoy nos veamos en manos del peor presidente de la democracia.
Corría septiembre de 2009 cuando el hasta ese momento todopoderoso vicepresidente segundo de Zapatero entregó su escaño (luego en un libro contó que fue por las desavenencias contra su jefe, abonado al déficit), provocando que la lista corriera y entrara en el Parlamento un anodino concejal del Ayuntamiento de Madrid. Ese edil al que solo conocían en su casa de Pozuelo de Alarcón respondía al nombre de Pedro Sánchez Pérez-Castejón, que ocupaba el fracasado número 21 en la lista por Madrid.
Aquello solo fue una anécdota en su biografía, pero lo que sí dependía de Solbes fue haber dicho la verdad a los españoles durante los prolegómenos de la feroz crisis de 2008. A pesar de su brillante currículum y de sus solventes conocimientos como economista del Estado, permitió y secundó la propaganda zapaterista de que cotizábamos en la Champions de las contabilidades europeas, mientras ya sabía –así lo contó en sus memorias publicadas en 2013– que el FMI alertó en 2007 en Washington que España se vería severamente afectada por la crisis. Fue de agradecer su sinceridad, pero lo hubiera sido más si ese año, tras informar al presidente de las consecuencias letales para la economía española, y comprobar que a Zapatero solo le interesaban las elecciones de 2008, hubiera dimitido sin comprometer su prestigio al lado de un jefe de Gobierno irresponsable que nos llevó a la ruina. En la memoria de los españoles han quedado grabados sus falaces argumentos sobre el crecimiento de nuestro PIB en el debate electoral para las generales del 9 de marzo de 2008, donde confrontó con Manuel Pizarro, ring en el que el expresidente de Endesa le aniquiló intelectualmente, aunque de poco sirvió: los socialistas barrieron en las urnas.
Curiosamente, el político desaparecido fue ministro con dos presidentes socialistas bien diferentes, Felipe González y Zapatero, y a juzgar por los resultados, parecería también que él fuera dos hombres distintos. Mientras con Felipe ostentó ejemplarmente la cartera de Agricultura y su trabajo técnico fue fundamental para nuestra entrada en la UE, con ZP fue solo un espejismo del economista que todos reconocían en Bruselas. Cuando renunció a su puesto, nuestra bancarrota la terminó de ejecutar el tándem Zapatero-Elena Salgado con sus mentirosos brotes verdes y sus despilfarradores planes E.
Pedro Solbes, como recordaba hace unos días Alfonso Guerra, formaba parte, sin ser socialista de carné, de la corriente del socialismo liberal que Sánchez se ha cargado. Los dos denunciaron ya tarde que el PSOE murió para dar paso al Partido Sanchista, entregado a populistas, separatistas y amigos de ETA. Pero la denuncia de ambos llegó tarde, cuando ya nada se podía hacer.
No obstante, y con todos mis respetos, permítame decirle a don Pedro que no le perdonaremos nunca que involuntariamente trajera a nuestras vidas al hombre que –como diría otro socialista liberal, Joaquín Leguina– envenena nuestros sueños.