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Perro come perroAntonio R. Naranjo

La abeja Maya y Willy el zángano

Sánchez ya tiene plan: intentar que la mitad más uno de España dependa de la otra mitad, a la que extraerá lo que haga falta para mantener a la suya

Si Yolanda Díaz es la Abeja Maya, como la ha bautizado Carlos Herrera al escucharla explicar como el popular insecto animado cuál será su proyecto político y cuánto de bobos le parecen los ciudadanos, Pedro Sánchez ha de ser Willy, el zángano que secundaba a la célebre antófila y siempre andaba cansado y con las ideas justas.

Ambos coinciden en algo, que les une y obliga a coaligarse para ver si, en las próximas elecciones, consiguen quitarse el olor a Podemos, que es el mismo perfume, ahora con marca blanca: los dos hablan para un país que no existe, intentando que los ciudadanos se pregunten si, lo que sufren y viven a diario, no será una ensoñación frente a la vida de colores que les pintan ambos prestidigitadores.

La moción de censura ha exhibido al Sánchez más falsario, el que trata de convencerle a los españoles de que deben creerle a él en lugar de a sus propios ojos: en todo lo que debía rectificar y disculparse, el presidente ha sacado pecho, tratando de que le demos las gracias por padecer, desde 2019, el mayor caos de Europa en todos los órdenes.

Sus intervenciones en la sesión parlamentaria han sido una tergiversación constante de las evidencias contables, estadísticas y fácticas para transformar cada una de las penalidades objetivas en una oportunidad para disfrutar de la inmensa fortuna de contar con él al frente de la tripulación.

La pandemia, la guerra, el hundimiento económico, el paro desatado, las concesiones al separatismo, el asalto a los poderes del Estado, la crisis energética, la inflación, la confiscación fiscal, el liberticidio, el empobrecimiento galopante, el relativismo moral y el guerracivilismo pseudohistórico son las señas de identidad de un presidente que nació en la mentira, vive en ella y morirá políticamente con ella.

Pero Sánchez, paciente del síndrome de Munchausen, ha convertido cada una de esas patologías inducidas en una oportunidad para hacerse pasar por el médico capaz de curar lo que él mismo provoca o inventa, con terapias y tratamientos contraproducentes.

Su desparpajo, que no supera la prueba del algodón a poco que se miren los hechos con algo de decencia intelectual, ha encontrado en Díaz el alter ego necesario para completar la intentona de supervivencia que se antoja imposible salvo que los beneficiarios de su asistencialismo, que son los únicos que no padecen los rigores de un régimen extractivo sin límites, sean superiores numéricamente, algo a lo que dedica todos sus esfuerzos el Gobierno.

Solo unas elecciones pueden solventar esto, visto que una moción de censura es aritméticamente inviable y, por buenas que sean las intenciones de Vox e inapelables sus argumentos, solo sirve para regalarle dos días de mitin al sanchismo.

Y en esa cuenta atrás hasta llegar a las urnas, el verdadero meollo de la cuestión es si a Sánchez le va a dar tiempo a revolcar el censo para adaptarlo legalmente a sus intereses: los guiños clientelares a pensionistas, jóvenes, funcionarios y nacionalizados por la vía de urgencia desvelan que su única estrategia es partir en dos al país y conseguir que la suya tenga un voto más que la otra.

Nadie ha sido tan perverso nunca: convierte en pobres a sus potenciales clientes y le hace pagar la factura de su mantenimiento a quien trata, a la vez, como vulgares enemigos.

Incluido a un señor mayor, de apellido Tamames, que llevó al Congreso un mensaje razonable, más clásico que antiguo, más sabio que ideológico, y se llevó las crueles risas de una muchachada arrogante empadronada para siempre en Cuelgamuros.