Las dos Españas
El resultado de la votación estaba escrito de antemano, pero eso no significa que las palabras de Ramón Tamames no merezcan una segunda lectura, una sosegada reflexión
Quedará para el libro de anécdotas del Congreso la socarrona crítica de Ramón Tamames a la verborrea de Pedro Sánchez: una hora y cuarenta minutos, veinte folios para responder a cosas que él no había dicho. En una sola frase, retrata al personaje. Esa alocución estaba preparada de antemano, gracias al discurso convenientemente filtrado y no se tomó la molestia de modificarla. O el presidente no escuchó o no tuvo la habilidad de ir tachando lo que sobraba o le faltó la pericia para tomar notas, tirar los papeles y dar cumplida réplica a las denuncias concretas del candidato.
Moncloa había preparado su propio debate y en eso estaba Pedro Sánchez. Tenía más interés en escenificar la sintonía del PSOE con Yolanda Díaz y en lanzar a la candidata, desde la tribuna del Congreso, orillando a un tiempo a las ministras de Podemos. De la capacidad de la vicepresidenta para imponerse sobre el resto de siglas a la izquierda de los socialistas puede depender la reedición del Gobierno de coalición. Y en eso está el candidato, engrasando la maquinaria de poder. Es obvio que Pedro Sánchez no quiere caer de nuevo en manos de Pablo Iglesias. Pero no se librará tan fácilmente de sus argucias y bravuconadas.
Del discurso del profesor quedan unas cuantas advertencias que no conviene dejar caer en saco roto. Me quedo con tres. Una es la denuncia del autoritarismo de Sánchez. El abuso de decretos ley para sacar adelante asuntos de Estado, como la reforma del sistema de pensiones. Y la eliminación de los contrapesos, el socavar, día sí, día también, la necesaria división de poderes. Es una deriva creciente. Va a más en cada legislatura.
La segunda, la impunidad para los amigos, para los socios. La reforma del Código Penal, a beneficio de parte, que genera desigualdad. Al tiempo, desde el poder se criminaliza a los que crean riqueza, a los que hacen país, a los empresarios.
Y una tercera advertencia. A mi juicio, es la más preocupante. Sobre todo, porque viene de alguien que ha vivido de cerca los perversos y demoledores efectos de la división. Ramón Tamames avisa al Gobierno de que está jugando con fuego, rompiendo a la sociedad, poniendo etiquetas de progresistas y fachas, entre rojos y azules, entre buenos y malos. Me consta que le preocupa ese clima de crispación, alentado desde el poder. Lo ha dicho en público y se lo pregunta también en privado: ¿es que queremos ir de nuevo hacia una guerra civil –reflexiona, alarmado–?
De la moción de censura, anotada en los diarios de sesiones del Congreso, queda también el orgullo de buena parte de una generación, que ha visto cómo uno de los suyos, un hombre casi nonagenario, ha ocupado con toda dignidad un escaño en el Parlamento para decir, sin necesidad de elevar el tono de voz, que le preocupa más la conciliación y la convivencia que los subsidios, que le quita el sueño el futuro de los jóvenes y que, a su juicio, estamos despilfarrando la herencia que nuestros padres y abuelos nos dejaron. El resultado de la votación estaba escrito de antemano, pero eso no significa que sus palabras no merezcan una segunda lectura, una sosegada reflexión.