Fundado en 1910
El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

La izquierda antisemita

Si es que precisan una fundamentación espiritual para su llamamiento a borrar al judío de la faz de la tierra, los jóvenes de Podemos pueden encontrarla en el más popular de los ideólogos socialistas franceses de final del siglo XIX, Édouard Drumont, padre del obrerismo antisemita

Actualizada 01:30

Con la melancolía que ver repetirse lo peor deja en nosotros, he venido contemplando –como, en su día, sufrí– la perseverancia del antisemitismo en el lugar en donde con más facilidad los libros hubieran debido curar fobias rancias y locos desvaríos: la vieja Complutense.

Leo en El Debate que ayer, 23 de marzo de 2023 (¡cielo santo, que estas cosas sean aún necesarias en el siglo XXI!), una asociación de estudiantes trataba de dar respuesta decente al intento de linchar, hace pocas semanas, a la embajadora de Israel en la Facultad de Políticas, plaza fuerte de Podemos. Admiro la decisión de esa asociación, aunque sepa que su batalla está perdida. La admiro porque está perdida. Y porque sólo las batallas perdidas valen la pena de ser libradas. El antisemitismo –sigo yo usando el término clásico, que prefiero al de «judeofobia», propuesto por Taguieff hace un par de décadas, porque en «antisemitismo» resuenan los seis millones asesinados por la Shoá– es hegemónico en la que fue mi Universidad durante más de medio siglo. Y bien me duele decir que no hay cura, de momento, previsible para eso. Y que, precisamente porque no hay cura, es un deber moral plantarle cara.

El peso de los grandes arquetipos puede mover a confundirnos. Hitler llevó la ejecución del ideal antisemita a extremos de realidad que nadie hubiera imaginado. Pero el fantasma era idéntico en los delirios de Stalin. Idéntico. Y, lo que es más grave, el fantasma del antisemitismo moderno había arraigado en el seno de la izquierda obrera francesa, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, antes de trasplantarse a Austria y, de allí, a Alemania. Y no, los linchadores de Dreyfus no fueron sólo los reaccionarios integristas de la Action Française: el populismo obrerista fue su puntal más firme. Si es que precisan –no lo creo– una fundamentación espiritual para su llamamiento a borrar al judío de la faz de la tierra, los jóvenes de Podemos pueden encontrarla en el más popular de los ideólogos socialistas franceses de final del siglo XIX, Édouard Drumont, padre del obrerismo antisemita, quien en La France Juive, construyó el tópico del plutócrata judío que se alimenta con la sangre de las indefensas clases populares. Es un libro verdaderamente a la medida de esos ideales que llevaron, hace unos meses, a Colau a romper las relaciones de Barcelona con la para ella demasiado democrática ciudad de Tel-Aviv. Y a los coleguis de la Complu, a declarar su Campus limpio de sangre judía.

En su bien documentado libro Hacia la solución final, George L. Mosse exhuma la larga marcha que, desde la primera socialdemocracia hasta el nacimiento de la izquierda comunista –y más tarde nacional-socialista– de Jacques Doriot, se articuló en torno al llamamiento salvífico de Drumont: «La lucha heroica por una vida con sentido, dedicada a la realización individual contra el enemigo burgués, simbolizado por el judío sin alma». Esa lucha, de épico tono wagneriano, exalta hoy en la Complutense a los jóvenes cachorros de Podemos. También, a sus avejentados penenes.

comentarios
tracking