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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La masticadora

Parece mentira que a una respetable dama, una ministra del Gobierno, un ejemplo de garbo, finura y estilo como Irene Montero, se le olvidara clausurar el buzón mientras masticaba las nueces de Garzón

El célebre ceramista escocés, Sandy McIntyre, reputado alfarero y autor de los azulejos de los cuartos de baño del servicio en el castillo de Balmoral, apenas seis meses después de contraer matrimonio con Alice McPherson, administradora de la Real Despensa del afamado castillo, se presentó ante el Rey Eduardo VII para solicitar su venia e iniciar los trámites del divorcio. Los motivos de McIntyre eran sobradamente respetables. Que su mujer no hacía ruido al andar porque se deslizaba, y le daba unos sustos tremendos. Y para colmo de los colmos, masticaba con la boca abierta. Eduardo VII le concedió el permiso sólo por uno de los graves defectos de la señora McPherson. «Si su esposa, respetado amigo, en lugar de andar se desliza, creo que no merece ser repudiada porque sus deslizamientos provienen de su infancia, y usted conocía esa extraña habilidad en sus movimientos. Pero lo de comer con la boca abierta es de una vulgaridad inaceptable. Tiene mi permiso para iniciar los papeleos del divorcio». Un gran Rey, Eduardo VII.

Ignoro el reglamento interno por el que deben regirse y comportarse los diputados cuando se hallan en el hemiciclo del Congreso. Tengo entendido que está terminantemente prohibido ingerir alimentos en los escaños, más aún si se trata de frutos secos. Pipas, avellanas, almendras, nueces y piñones. Durante la moción de censura, el ministro de Consumo, el inteligentísimo Alberto Garzón, gran trabajador y chispeante persona, llevó al escaño una bolsa de nueces. Intuía que las intervenciones del Fosforito y la Empalagosa serían demoledoras en el tiempo empleado para ello, y que podría ser víctima de un descenso en su tensión tan molesto como acusado. En vista de ello, y por ser ministro de Consumo, se granjeó gratuitamente una bolsa de nueces y las compartió en el hemiciclo con su vecina inmediata de escaño, la simpar Irene Montero, mujer de gran clase, distinción y elegancia. La diferencia entre la manera de masticar las nueces de una y del otro resultó notable. Garzón se equivocó de bolsa, y se llevó al Congreso una de nueces, cuando a don Alberto lo que le pirra son las pipas. Las fabulosas pipas Facundo de Palencia, en cuya bolsa aparece un torero ante un toro recién estoqueado que dice mientras agoniza: «Siento dejar este mundo/ sin probar pipas Facundo». El problema de las pipas no es otro que la ausencia en el hemiciclo de recipientes para las cáscaras. Y apenas probó las nueces. Y cuando lo hizo, con la boca cerrada y un cierto desdén. Pero su compañera de escaño, poseedora de un enorme buzón, se comió todas las nueces de la bolsa del mismo modo que habría empleado la señora McPherson. Con la boca abierta y emitiendo ruidos salivares de muy complicada aceptación. Parece mentira que a una respetable dama, una ministra del Gobierno, un ejemplo de garbo, finura y estilo como Irene Montero, se le olvidara clausurar el buzón mientras masticaba las nueces de Garzón, que me ha salido involuntariamente con rima. Comprendí a la perfección y con hondura al gran ceramista y alfarero McIntyre. Ese masticar con la boca abierta mientras atendía el discurso de su amiga Yoli la Empalagosa, ese ruido constante que procura todo desmenuzamiento dental de un fruto seco mostrando a los diputados enfrentados a su escaño las consecuencias de sus trituraciones nogaleras, me causó una gran decepción. Mejor escrito, una doble decepción. La primera, que lo de comer nueces con la boca abierta en un Parlamento es de una ordinariez en una mujer que vive en chalé con piscina y barbacoa. Y segundo, que la boca abierta, para algunos besable, de Irene Montero, mostrando su engrudo de nueces, me resultó tan repulsiva como nauseabunda. Todavía no se me ha pasado el disgusto ni la decepción.

Esas guarraditas no se hacen, princesa. Jamás aceptaré una invitación suya para comer. ¡Ále!