La parábola de Petra Sánchez
Cuando se hacen leyes alocadas el resultado es una catarata de locuras
Si te lías a bofetadas contra el sentido común… resaca de espanto. La llamada ley trans es una estupidez, por mucho que se envuelva con el celofán cursi y los sofismas sobre «derechos» de nuestra izquierda antisistema. Se ve con una sencilla parábola. Si mañana Pedro Sánchez, un gachó de 1.90 de talla y padre de dos hijas, decidiese que quiere dar un ejemplo «progresista» y pasar a la historia como la mismísima Petra Sánchez, la primera lideresa del PSOE, lo tendría tan fácil como acudir a un registro y declarar que a partir de ahora él es una tía. Este bromazo surrealista ya es posible en España, por cortesía de la ley aprobada por su Gobierno al dictado de un Ministerio de Igualdad de ideología FFQ (feminismo-friki-queer).
En Escocia aprobaron una norma similar a la española y contribuyó a precipitar la caída de la ministra principal, la separatista Nicola Sturgeon. Adam Gratham, un hombre casado, violó a dos mujeres. Pero antes de ingresar en prisión se acogió a la ley trans escocesa para convertirse en la flamante Isla Bryson, oficialmente una mujer (aunque no era más que el Adam de siempre con sus mismos testículos de siempre y una peluca rubia como novedad). La esposa de Adam, ahora llamado Isla, alertó en los medios de que su marido había hecho la transformación burocrática solo para librarse de la dureza de una cárcel masculina. Además, resaltó que en toda su vida con Adam jamás le había escuchado un solo comentario referido a dudas sobre su género. Tras esa coña y el consiguiente revuelo, el Número 10 vetó la ley escocesa. Al final, la polvareda del escándalo acabó llevándose por delante a Sturgeon (amén de ciertos chanchullos contables de su marido en el Partido Nacionalista Escocés).
Lo sucedido con la ley trans escocesa ha obligado a la izquierda británica a rectificar. El líder laborista acaba de anunciar que el partido abandonará la llamada «autodeterminación de género». Es decir: son de izquierdas, pero no han desenchufado la linterna de la razón en nombre de prejuicios ideológicos. Están dispuestos a asumir que se han equivocado. Eso jamás ocurrirá con la fanatizada izquierda española, paradójicamente siempre leal al añejo pasaje de Las Mocedades del Cid que habla de «defendella y no enmendalla».
La obcecación con la ley trans empieza a dar sus frutos en forma de absurdos (lo del sí es sí se va a quedar corto comparado con lo que aquí viene). Ahí está un barbado y musculoso aspirante a poli municipal en Fuenlabrada, que se ha presentado como flamante mujer a las pruebas físicas de una oposición con 400 aspirantes y solo cuatro plazas. También se acaba de conocer la sentencia en Sevilla de un violador de una menor que ahora es una mujer. Veremos a hombres en los vestuarios femeninos pretextando que ellos son legalmente mujeres. Veremos a tíos que se hacen tías para aprovechar la discriminación positiva que está impulsando este Gobierno. Veremos, ay, un dramático aumento de las dudas de los menores sobre su género, con el consiguiente rosario de secuelas psicológicas y daños de por vida.
Todo este dislate, que niega el hecho indiscutible de que el sexo biológico existe, tiene un único culpable: Sánchez. Él es el oportunista que sabiendo perfectamente que la ley era una gilipollez, como lamentaron hasta el hartazgo las feministas del PSOE, la dio por buena para mantener los equilibrios de su coalición. Feijóo ha prometido que la derogará si gana. Pero Sánchez quiere dejarlo todo atado y bien atado: ahí quedará el cancerbero Conde Pumpido para declarar inconstitucional cualquier intento de revertir la ingeniería social sanchista. Si es que el PP llega finalmente a intentarlo, pues escuchando a su candidata en Extremadura, una entusiasta del programa PSOE-Podemos en materia de sexual, o a Borja Sémper, entran dudas sobre si al final se animarán a modificar algo de la Doctrina Pam.