El cuento chino de Sánchez
No olvidemos que Vladimiro y Xi se han vanagloriado estos últimos días de establecer un nuevo orden mundial donde el club de democracias liberales, al que pertenecemos, tiene las de perder
Ahora que se acaba de cumplir el vigésimo aniversario de la guerra de Irak y de nuestra participación en la reconstrucción de aquel país, no en la guerra por mucho que se empeñe la izquierda de España, conviene recordar que en aquel momento nuestra política exterior adquirió un peso específico que jamás ha vuelto ni a soñar. Aznar, con errores de cálculo que pagó caro, optó entonces por alinearse con el eje atlántico que situó por primera vez a nuestro país en una posición relevante, inédita desgraciadamente, a fuerza de apartarse de socios europeos como Francia y Alemania, contrarios a secundar a Bush y Blair en la invasión de Irak.
Lo cierto es que el PP pagó con la pérdida del poder la campaña que orquestaron Rubalcaba y los suyos tras los atentados del 11-M y siempre se ha hecho de la foto de las Azores y la sintonía de Aznar con Bush un argumento para atacar nuestra política exterior de entonces. Pero la realidad demuestra que los dos presidentes socialistas que vinieron después, Zapatero y Sánchez, no rozaron ni por asomo ese brillo internacional, aunque buscaron siempre una posición privilegiada a la vera de la primera potencia del mundo, solo que en versión cateta y con alguna dosis de bochorno. Cómo olvidar aquella foto de ZP con su mujer y sus hijas, con atuendos nada adecuados para la dignidad que representaban, hecha en la Casa Blanca, cuando el hoy amigo de Nicolás Maduro acudió como si fuera un teenager a inmortalizarse con el amo Obama, a cuyo Estado había despreciado retirando las tropas españolas en Irak, tras ganar las elecciones en 2004, poniendo en riesgo la seguridad de la coalición internacional, que luego completó con el impresentable gesto de no levantarse ante la bandera de Estados Unidos. Todavía hoy España está pagando ese incalificable acto pueril e irresponsable. El segundo intento socialista por recibir alguna migaja de Washington corrió a cargo de Pedro Sánchez, cuando persiguió en un pasillo de la OTAN a Joe Biden, que lo trató con una displicencia que todavía nos hace sonrojar a todos los españoles.
Pero en estas horas ha llegado otro momento para la vergüenza. Publicada con fanfarrias la invitación del Gobierno chino para que Sánchez visite Beijing, sus ministros corrieron a proclamar ante los micrófonos que ese viaje es el reconocimiento al peso internacional de Su Sanchidad. Cuesta creer que el Consejo de Ministros de la cuarta economía del euro no se ruborice ante esa superchería, solo justificada en el culto a la personalidad que ha establecido Sánchez, inversamente proporcional a su valía como segunda magistratura de España.
Es evidente, que nuestra nación debe estar allí donde sus intereses lo demanden y, por eso, la visita a un país junto al que acabamos de celebrar el 50 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas y con un papel sustantivo en el tablero geoestratégico mundial, debe saludarse con expectación. Sin embargo, convendría que la vanidad no nublara al presidente español porque a pesar de la creciente hegemonía económica y estratégica de China, el anfitrión del líder socialista, Xi Jinping, no es precisamente un defensor de la democracia, y acaba de perpetuarse en el poder gracias a una dictadura férrea solo abierta en el terreno comercial y económico pero tirana de puertas adentro y con una posición muy cercana al sátrapa de Putin, visualizado en su pomposo viaje a Moscú.
Aunque Sánchez haya mandado vender que solo su prestigio internacional ha conseguido ser convidado por Xi, lo cierto es que antes que él y después que él, viajarán otros líderes internacionales. Su presencia obedece además a que España ostentará la presidencia rotatoria europea y el régimen chino está muy interesado en vender su pretendido plan de paz para Ucrania a un país como el nuestro, que tiene a medio Gobierno y a todos sus socios más cercanos a Putin que al pueblo ucraniano. La falta de principios de este presidente, que entregó a Marruecos toda la tradición diplomática de España a cambio de nada, nos hace sospechar que su gira asiática puede obedecer a que el dictador mandarín sabe que su visitante es fácilmente moldeable para publicitar su tramposa oferta para pacificar Ucrania. No olvidemos que Vladimiro y Xi se han vanagloriado estos últimos días de establecer un nuevo orden mundial donde el club de democracias liberales, al que pertenecemos, tiene las de perder.
Pero el gran Sánchez, que hace historia cada vez que salta de la cama, tiene que moverse por el mundo para, primero, encontrar trabajo cuando los españoles lo larguen y, segundo, hallar algo de lustre del que aquí carece, rubricado por los abucheos y los insultos que recoge cada vez que asoma la nariz por la calle y no le preparan una merienda con militantes.