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Cristianismo esencial

A diferencia de los fundadores de religiones, Jesús no es el mensajero de Dios, no es alguien que comunica la verdad. Buda, por ejemplo, enseña una doctrina, pero Cristo, no. No sólo hay que creer en lo que dice; hay que creerle a Él

Actualizada 01:30

El comienzo de la Semana Santa aconseja reflexionar sobre lo esencial del cristianismo, es decir, sobre quién es Jesús de Nazaret. No es un moralista que proponga una nueva moral, ni el fundador de una religión, ni un profeta, ni el transmisor de un mensaje religioso.

El cristianismo no es (al menos, no sólo, ni principalmente) una doctrina moral; en ningún caso, un mero sistema de prohibiciones y prescripciones. En realidad, la moral no necesita sustentarse en la fe. Los preceptos del Decálogo no son el resultado de la voluntad arbitraria e inescrutable de Dios dirigida exclusivamente a Israel. Su contenido puede ser conocido a través de la razón, de la naturaleza humana, ya que constituye una moral natural, una ley natural. La moral obliga a todos, incluidos quienes nunca han tenido noticia de la ley mosaica. Como afirma san Pablo en el capítulo 2 de su Carta a los Romanos, «pues siempre que los gentiles que no tienen la ley cumplen los preceptos de la ley, son ley para sí mismos, ya que demuestran que tienen escrita en sus corazones la norma de conducta puesta en la ley, teniendo por testigo su conciencia». Y no parece sospechoso san Pablo de querer prescindir de Dios.

Mas, aunque el cristianismo no puede reducirse a una moral, sí es cierto que añade a esta moral natural unas exigencias que van más allá de ella, que la superan. No faltan ejemplos: el sermón de la montaña, la mansedumbre (la otra mejilla), el amor al enemigo, las palabras dirigidas al joven rico: anda, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme). Todo esto puede ser imposible para el hombre solo (Freud pensó que es imposible cumplir el precepto del amor al enemigo), pero no para Dios. Sólo se puede alcanzar la excelencia moral con el apoyo de la gracia divina. Pero aquí entramos ya en el ámbito de la fe, de la razón creyente. Esto ya no lo puede sustentar la razón natural. Romano Guardini distingue entre la «razón natural» y la «razón creyente». El cristianismo no es una moral, pero propone una heroica moral sobrenatural. Sería erróneo reducirlo a una especie de utilitarismo ultraterreno. Sufrir aquí, para disfrutar allí.

Si el cristianismo no es esencialmente nada de esto, entonces ¿qué es?, ¿cuál es su esencia?, ¿quién es Jesús de Nazaret? Guardini afirma que lo que constituye la esencia del cristianismo es peculiar y exclusivo de él, no se da en ninguna otra religión. A diferencia de los fundadores de religiones, Jesús no es el mensajero de Dios, no es alguien que comunica la verdad. Buda, por ejemplo, enseña una doctrina, pero Cristo, no. No sólo hay que creer en lo que dice; hay que creerle a Él. Es el camino, la verdad y la vida. No muestra el camino; es el camino. No revela la verdad; es la verdad. No nos trae la vida; es la vida. Jesús no es un mensajero de Dios; es el mensaje. Nunca se había producido una identidad semejante entre una persona y la verdad. Creo que aquí reside lo esencial. Un profeta puede anunciar la verdad, pero no ser la verdad. Esto sólo lo ha dicho de sí mismo Cristo. Así se «explica» la naturaleza de Pentecostés o de la Eucaristía. Ser cristiano no es sólo seguir a Jesús, no es imitar un modelo; es serlo, identificarse con él, ser Él. Abundan en los Evangelios las palabras de Cristo en este sentido.

Por eso, el cristianismo es mucho más que una cuestión de aceptar o no una verdad revelada. Nos sitúa ante un abismo y ante la posibilidad del escándalo. Si el cristiano vive de la Palabra, la Palabra, el «logos», Dios es Cristo, un hombre. La resurrección casi deviene algo natural, pues la verdad es inmortal. Lo esencial del cristianismo es una paradoja. ¿Es preciso decir que el cristianismo no es una teoría? El cristiano no se limita a seguir, a imitar a Cristo, sino que es en Cristo. Ser en Jesús de Nazaret. En esto consiste ser cristiano.

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