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Enrique García-Máiquez

Sacro de primera necesidad

El derecho positivo ha dejado de ser, de tanto usarse, esa reserva sacra de derechos y libertades que toda sociedad necesita

La Semana Santa es de las poquísimas cosas santas que nos van quedando. Al mismo tiempo, cada vez es más fácil darse cuenta de la falta que nos hace la sacralidad. No me refiero esta vez a la necesidad espiritual, que cae por su propio peso, sino a la falta social. Estos días, con el debate sobre la gestación subrogada, vemos el gran agujero negro que deja en una sociedad haber vuelto la espalda a la dignidad intocable de la vida humana y haber puesto en almoneda cosas tan intocables como la intimidad, el sexo y la procreación. «El nihilismo no es una posición paradójica o monstruosa, sino la conclusión normal a la que llega todo aquel que haya perdido el contacto íntimo con el misterio, ese sinónimo púdico de lo absoluto», profetizó Emil Cioran, que no puede ser acusado de meapilas.

En consecuencia, aquí las discusiones flotan, inacabables y sordas, en un vacío de referentes. Parece imponerse como único referente el consentimiento con sentimiento. Todo aquello a que las partes asientan, por una especie de principio de autodeterminación, deviene lícito y, cuando se le suma el «con sentimiento», asciende a legítimo.

Este absolutismo de la subjetividad nos aboca a consecuencias inflamables. Por ejemplo, hace extraño que un hombre puede autopercibirse como mujer y todos, del Comité Olímplico a los urinarios públicos, tengamos que percibirle como él o ya ella nos prescriba; pero que un catalán, aunque sea «un español cien por cien» como decía Josep Pla, no vaya a poder percibirse a sí mismo como un ente soberano. «Pero es que usted no lo es», replicaríamos nosotros, metafísicos. Y él nos diría, mefistofélico: «Es mi identidad de género nacional…» En la sociedad y en la mentalidad de los pueblos no hay compartimentos estancos y, si hemos abierto las compuertas, es difícil que no fluya la idea de que cada cual puede ser y hacer lo que le dé su irrealísima gana.

Se arrumba así la ciencia, lo primero. La biología ya es sospechosa de reaccionaria, porque habla de cromosomas XX y XY, la muy carca. La ciencia está en un tris de acogerse a sagrado, como hace tiempo que lo han hecho la inalienable dignidad humana, el derecho a la vida, la libertad de expresión, la realidad de las cosas o el sentido común.

Como eje de la rueda de una sociedad, la necesidad de lo sacro es transversal y el auge de un feminismo fundamentalista o de un ecologismo panteísta pueden y deben ser entendidos también desde esta perspectiva como sustitutivos. Obsérvese que, junto a los católicos, los únicos que se han atrevido a cuestionar la moralidad de la gestación de alquiler han sido los feministas, desde sus propios dogmas. Eso les honra; pero hay que reconocer que su respuesta adolece de incoherencias. Es difícil estar en contra de la subrogación y a favor del aborto.

Últimamente faltan en los debates los positivistas. En este debate nadie ha tirado de artículos de la Constitución, no sé, del derecho a la vida, del derecho del niño, de la no existencia de un derecho a la maternidad o a la paternidad… ¿Por qué? Me temo que ya sabemos todos que la Constitución, a pesar de su solemne mayúscula, es papel mojado. ¿O no dice lo que quiere que diga el que manda, y enseguida el Tribunal Constitucional le avala? El derecho positivo ha dejado de ser, de tanto usarse, esa reserva sacra de derechos y libertades que toda sociedad necesita.

Aprovechemos las vacaciones para vivir la Semana Santa también en su santidad. Necesitamos del misterio y de lo sagrado para que proteja nuestro descanso, como los maltratados domingos, y que proteja también nuestros ritos y nuestra visión del mundo. El siglo XXI iba a ser religioso o no sería. Nos estamos inclinando hacia el no ser, pero estamos a tiempo de dar un golpe de timón.