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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Aterrados por la seudorreligión del clima

Los científicos han aportado pruebas de los efectos de la mano del hombre, pero se está amedrentando demasiado a la gente con la seudorreligión climática

Muchas personas, entre las que me incluyo, piensan que nada nos aproxima tanto a sentir la huella de Dios como la naturaleza y la música en su expresión excelsa. Por eso apoyamos que se cuide al máximo el medio ambiente, que se trabaje para que los ríos estén claros –o vuelvan a estarlo algún día–, para que lleguen menos plásticos a los mares, para que los parajes naturales no se llenen de detritus de los turistas, para se preserve el monte a fin de evitar incendios, para que la industria y el transporte manchen lo menos posible y para que se inventen tecnologías que mitiguen la carbonización.

En ese sentido, me considero tan ecologista como la niña Greta. Pero no un gili que se chupa el dedo. Por eso me han regocijado las tesis del periodista liberal inglés Ross Clark, de 57 años, expresadas en un libro que ha titulado de manera retadora: Not zero: cómo un objetivo irracional puede empobrecerte, ayudar a China (y ni siquiera salvar el planeta).

Tras estudiar con detalle el gran debate del clima, Ross Clark llega a cuatro grandes conclusiones: 1.- En efecto, la influencia humana ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra, lo cual tiene ciertos efectos sobre el clima. 2.- Pero ojo, no somos los dinosaurios, no nos vamos a extinguir, ni el mundo se va a volver inhabitable. 3.- Los políticos del «establishment» han adoptando la jerga agorera de los activistas verdes y están aterrorizando a los chavales con un apocalipsis climático inminente que no existe y que en muchos casos los sume en la inacción y la depresión. 4.- Las democracias occidentales están haciendo el canelo con su objetivo de emisiones cero en el 2050. Nuestros políticos ocultan a los ciudadanos que la carrera por esa meta, que puede ser utópica, los va a empobrecer severamente. Mientras tanto, los reyes de la contaminación, países como China y Rusia, seguirán emporcando a caño abierto y sin sufrimiento en sus bolsillos.

La semana pasada, el secretario general de la ONU, el gris político socialista portugués Antonio Guterres, presentó el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés). El informe, científicamente serio, fue entregado en realidad hace ya 18 meses. Pero es ahora cuando ha dado que hablar, debido al tono alarmista de los titulares elegidos por la ONU. «El tic, tac de la bomba climática ha iniciado la cuenta atrás», ha advertido un melodramático Guterres. La ONU ha hablado también de un «aviso final» de los científicos. Vendrían a decir que o dejamos de contaminar ya, o el mundo se irá a hacer gárgaras.

Ross Clark reconoce que existe un cambio climático por influencia humana. Pero se atreve a discrepar de la histeria de los feligreses de la nueva religión climática, apóstoles como Greta, Sánchez, o esos chavales que se pegan a las obras de arte de los museos para denunciar el fin del mundo (financiados por mecenas pijos de la izquierda caviar).

Clark aporta algunos datos curiosos. Los huracanes que alcanzan la costa de América no han aumentado desde 1900. Lo que sí ha cambiado es el volumen de edificaciones y donde se construyen, lo cual magnifica los daños. Tampoco hay más tornados. Por supuesto considera un problema el crecimiento del nivel del mar que se vaticina (50 centímetros en este siglo), pero no lo ve como el comienzo de un Armagedón, y cita el ejemplo de los holandeses, que han sabido vivir desde hace siglos en tierras bajas de la costa.

En relación al sonado aumento de las sequías severas, aclara que en realidad el estudio IPCC lo desmiente y señala que solo han subido en unas pocas regiones de Sudamérica y África. También nos recuerda que la supuesta agonía climática encaja mal con el hecho que los rendimientos agrícolas no paran de crecer.

Curiosos también sus análisis sobre el famoso dato de que las temperaturas extremas matan cada año a cinco millones de seres humanos, aportado por la Universidad Monash de Australia en 2021. Clark aclara que el 90 % de esos muertos no fueron víctimas de un calentamiento climático, sino de todo lo contrario, de las bajas temperaturas. Por último, recomienda a los adolescentes y los jóvenes que si quieren luchar por el buen futuro del planeta se dediquen «a investigar nuevas maneras de limpiar la industria», en lugar de «esconderse en una esquina a esperar angustiados un supuesto fin del mundo».

En lo del clima pasa algo que se repite en muchos ámbitos de la vida: existe un problema, sí, pero entre lo sublime y lo ridículo media un pasito. Lo que ha ocurrido en Occidente es que la izquierda, que se estaba quedando sin discurso por su ineficacia en el frente económico, ha convertido el clima –y los derechos sexuales de las minorías– en una suerte de seudorreligión laica, que se predica con estruendosa trompetería apocalíptica.