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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El ataquito

El miedo al pueblo no se cura con tranquilizantes. Se cura ayudando al pueblo al olvido. Y el olvido comienza en la dimisión y el abandono de un cargo inmerecido

Marlasca no acudió ni a su funeral en Oviedo ni a su entierro en Bailén.

Me refiero al funeral y el entierro de don Dámaso Guillén, guardia civil, héroe que se dejó la vida impidiendo que un delincuente se llevara por delante las de decenas de niños que competían en una etapa ciclista. Se interpuso entre el hijoputa y el pelotón de niños con su moto, fue arrollado y falleció en acto de servicio. Por salvar la vida a unos niños. Para él, el riesgo era lo correcto y lo asumió sin duda. Su mujer y su hija llevarán de por vida el destrozo de sus penas, pero será una herida de orgullo y gratitud. El ministro Marlasca no acudió ni al funeral en Oviedo ni al entierro en Bailén. Su Excelencia no está para esos menesteres. Mientras se celebraba el funeral en la imponente catedral ovetense, Marlasca se hallaba en Vigo poniendo en marcha una nueva lancha costera de la Guardia Civil. Su ausencia en el entierro, según me informan, se debió a un ataquito de miedo. Temía la reacción de los presentes que no le deben ni respeto institucional ni están sujetos a la disciplina castrense. Asistieron, además de centenares de guardias civiles, representantes de los Ejércitos. Nada que temer, porque unos y otros garantizan un comportamiento disciplinado. A Marlasca le aterrorizaba la reacción de los asistentes civiles, que es espontánea e imprevisible. Marlasca lleva mintiendo y humillando a la Guardia Civil desde el día en el que fue nombrado ministro del Interior. Ni la equiparación salarial prometida, ni el respeto debido a esas decenas de miles de españoles que se juegan la piel y la vida para que el resto de los españoles nos sintamos defendidos y amparados. Cuando uno de sus más íntimos colaboradores le insinuó la conveniencia de asistir al entierro de don Dámaso Guillén, los despachos del Ministerio del Interior se alborotaron de gritos, chillidos y aullidos rebosados de histerismo. Marlasca tuvo que estar y no estuvo por miedo a la reacción de quienes no tienen la obligación de mostrarle lealtad ni obediencia. Pero su ausencia, en lugar de aliviar lo que le resta de conciencia, le acompañará siempre con el peso de la cobardía.

La Guardia Civil es tan grande, tan generosa, tan entregada a sus servicios y obligaciones, tan expuesta a dejar la vida para que otras vidas sigan su camino, que en unos meses, cuando Marlasca abandone por la puerta de atrás el Ministerio del Interior, pasará a formar parte del olvido y la generosa indiferencia del mal pasado. Es el peor y más arañado por sí mismo de cuantos ministros del Interior han ejercido su cargo. Sucede que es intocable. No dimite porque quien tiene que aceptar su dimisión dejaría de conciliar el sueño monclovino. Sabe mucho, y en gentes como Marlasca, la lealtad es oscura y de un día a otro se puede convertir en una chismosa vengativa. Me refiero a la lealtad y la discreción. Y en un ataquito pueden salir de su boca sapos y culebras, además de secretos indescifrados.

A uno de sus mejores, a don Dámaso Guillén, le han acompañado los suyos durante su entierro. Que la Virgen del Pilar abrace su heroísmo y la buena España guarde para siempre memoria de su valentía, su servicio continuado y su desprecio por los bienes y las riquezas. Un guardia civil, como un militar, es síntesis de la decencia. Quien incumple con ella, recibe el desprecio de cuantos visten por amor a España sus uniformes.

El miedo al pueblo no se cura con tranquilizantes. Se cura ayudando al pueblo al olvido. Y el olvido comienza en la dimisión y el abandono de un cargo inmerecido. Sosiéguese el señor ministro, reflexione y váyase.