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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Solo sé que no sé nada

El nivel de desconocimiento de la realidad que muestran hoy los chavales ronda lo realmente prodigioso

Es ley de vida que los veteranos no entienden a los chavales, y viceversa. «Los jóvenes de hoy no tienen control y están siempre de mal humor. Han perdido el respeto a los mayores, no saben lo que es la educación y carecen de toda moral». Desde el siglo pasado hasta hoy, son muchos los articulistas y ensayistas que han citado esta frase atribuyéndosela a Aristóteles o a Platón. Se invoca como un ejemplo de que ya en la Grecia clásica se daban las mismas quejas que ahora.

El problema de la cita radica en que es falsa. Ni Platón, ni Aristóteles: al parecer se la inventó en 1907, en un trabajo universitario, un desconocido estudiante de Cambridge llamado Kenneth John Freeman. Desde entonces se ha seguido repitiendo aquí y allá, falsamente atribuida.

Con todo esto quiero decir que lo de hablar mal de los jóvenes es algo que está muy gastado. Además, tales prejuicios apenas se sustentan con datos. Todo suena un poco a abuelo Cebolleta cascarrabias, a desconcierto ante lo nuevo (qué risibles nos resultan hoy las condenas flamígeras que escribían venerables intelectuales españoles de los sesenta cuando aparecieron los Beatles, «esos melenudos que solo gritan y no saben tocar»).

Pero contradiciendo todo lo que acabo de exponer, parece necesario hacer un comentario sobre los conocimientos de los jóvenes españoles actuales, pues parecen haberse convertido en los más fieles adeptos de una conocida máxima atribuida a Sócrates: «Solo sé que no sé nada».

En mi vida particular y profesional vengo topando con ejemplos pasmosos de burramia en todo lo que concierne a actualidad o cultura general. Los chavales muestran un desconocimiento prodigioso sobre quienes nos gobiernan, ignoran casi por completo los conflictos que sacuden el debate público y son incapaces de responder con acierto a sencillas preguntas de actualidad. En mi juventud, en los años ochenta del siglo pasado, no es que fuésemos todos una especie de expertos en física cuántica, ni mucho menos. Pero desde luego el personal parecía más concernido por el mundo real que ahora. He visto a chicos que aspiran a ser periodistas que cuando se les pregunta quién es el presidente de Francia, o el pintor autor del Guernica, o el nombre del seleccionador español de fútbol, o quiénes presiden el Congreso y el PP, son incapaces de responder bien a una sola de esas cuestiones. Directamente no saben nada de nada, y eso que hablo de gente que aspira a dedicarse profesionalmente a contar la actualidad.

¿Qué está pasando? ¿Por qué se produce esa radical desconexión? La respuesta puede que tenga que ver con cómo contestan a la siguiente pregunta: «¿Tú cómo te informas?, ¿lees periódicos?, ¿ves informativos en la tele?, ¿lees libros…?». La respuesta que te dan muchos de ellos es de ciencia-ficción: «Me informo por TikTok y por algunos youtubers que sigo».

Es decir, la «generación mejor preparada de la historia», que decía el inefable Zapatero, se informa a través de una red social china –controvertida porque al parecer nos espía–, en la que se comparten vídeos cortos en formato vertical, casi siempre más bien cómicos. O como alternativa, a través de lo que les cuentan los «youtubers», sofistas digitales de discurso efectista, que largan lo que les da la gana sin que la veracidad de sus asertos se someta a control alguno, sea deontológico o jurídico.

Es cierto que cada generación de la humanidad se ha quejado de la anterior. Pero ninguna se había enfrentado a una remesa de nativos digitales con un déficit galopante de atención hacia todo lo que sucede fuera de los estímulos de las pantallas. Son héroes admirables los profesores que logran labrar en esos campos, encharcados de sensaciones, impermeables a la confrontación de ideas y al conocimiento profundo que brota de la soledad y el silencio.

Quizá la superficialidad ha ganado ya todas las batallas. Tal vez TikTok haya destronado al intento de entender un poco en serio qué pasa en el mundo, empeño que siempre exige un esfuerzo. Ya lo dice la gran Pam, «menos raíces cuadradas y más sexo». O dicho de otro modo: amigas y amigos, caminemos juntos de la mano por las alegres sendas de la ignorancia.

O parafraseando a los propios aludidos: «O sea, tía, ¿sabes?, es que leer no me renta». El resultado de esa decisión tan superguay es convertirte en un zoquete fácilmente manipulable; pero eso sí, con una «espectacular» cuenta en Instagram.