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HorizonteRamón Pérez-Maura

Domingo de Gloria

Esta cultura ha sobrevivido durante veinte siglos y en España vemos como cierta izquierda se empeña en borrarla de nuestras vidas

Hoy concluye la Semana Santa con la celebración más importante para todos los cristianos, la roca sobre la que se funda nuestra Fe: la Resurrección de Cristo. Sin ese hecho, esa Fe, nuestra Fe, sería hueca. Es por eso que este acontecimiento único, la muerte y Resurrección de Jesús, ha marcado la historia del mundo entero. No sólo por la expansión del cristianismo por todo el planeta, también por su influencia en lugares que le son hostiles.

Como en España hay más tontos que botellines, el pasado martes leí en El País un inverosímil artículo de Fernando Bermejo Rubio, profesor del Departamento de Historia Antigua de la UNED y autor del libro La invención de Jesús de Nazaret. Hay que reconocer que el título de su obra ya apunta maneras. En un texto que ocupaba cuatro quintas partes de la página impresa del periódico e ilustrado con la obra Crucifixión de Andrea Mantegna, el profesor se pregunta por qué se ningunea a los dos ladrones muertos junto a Cristo y no se les da el protagonismo debido. Hace falta tener mucho tiempo libre para elucubrar por cosas como esa. La respuesta la tiene el profesor hoy: porque Cristo resucitó y los ladrones no lo hicieron. La diferencia es relevante y espero que no haga falta explicarla. Sobre esa base de nuestra Fe y la doctrina que Cristo nos transmitió por medio de los Evangelios hemos construido una cultura que sigue siendo cristiana. Esa cultura ha sobrevivido durante veinte siglos y en España vemos cómo cierta izquierda se empeña en borrarla de nuestras vidas.

Pero esta semana, un año más, hemos visto que esta parte indeleble de nuestra cultura pervivirá para siempre. Porque no parece que los podemitas ni Yolanda Díaz vayan a intentar prohibir las manifestaciones públicas de devoción que en la Semana Santa llenan las calles de España. Desde Sanlúcar de Barrameda hasta Santander. Desde Santiago de Compostela hasta Barcelona. Y en esas procesiones de una belleza espectacular participan muchas personas que quizá sean poco practicantes, algunos ni siquiera verdaderos creyentes, pero que saben que lo que allí escenifican es una parte esencial de nuestro legado cultural. Si además esas imágenes ayudan a que algún escéptico se pregunte por qué hay personas que se someten voluntariamente a la casi tortura física que representa cargar con un trono durante horas, la labor de evangelización resulta más que evidente.

España es un país indisociable de la religión católica. Mi buen amigo Miguel Ángel Bastenier, muchos años subdirector de El País, gustaba definirse como «católico, apostólico, romano… y agnóstico» y así titulé el obituario que le dediqué en ABC el 29 de abril de 2017. Porque Miguel Ángel se sentía profundamente español y creía firmemente en la indisociabilidad de España y la Iglesia Católica, a pesar de su inequívoco izquierdismo. Si el pobre Bastenier viera lo que ha sido de su antiguo periódico…

Los españoles tenemos que seguir estando muy orgullosos de nuestra condición de país católico y de haber contribuido como nadie a la universalidad del catolicismo, por más que ahora se nos reproche desde donde más nos puede doler a los católicos.

Feliz Domingo de Gloria. Pese a quien pese.