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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Piqué, el intelectual de pico y pala

Somos legión quienes lamentamos su pérdida tan temprana y añoramos lo mucho que aún tenía que aportar a la sociedad

No es fácil escribir sobre Josep Piqué cuando tantas personas han glosado ya sus méritos y su fecundísima trayectoria en la vida pública. Yo solo he tenido la fortuna de trabajar a su lado en uno de sus últimos proyectos, el Foro La Toja, y esa experiencia ha sido más que suficiente para entender el porqué de tanta admiración. Hoy yo también quiero dar testimonio de su bonhomía y de una inusual energía intelectual que mantuvo intacta a pesar de su salud cada vez más castigada.

Piqué no es un personaje fácil de definir porque a su manera elegante y discreta fue rompiendo moldes; así cualquier encasillamiento que se pretenda hacer de su figura le viene pequeño a sus méritos. En su persona han convivido el político brillante, el empresario de éxito y el intelectual comprometido, lo que hacía de él alguien excepcional. No es habitual encontrar en los políticos –y menos en los actuales– la elegancia con que se desempeñó Josep Piqué y que tanto se ha elogiado a la hora de despedirle. Tampoco es habitual que los empresarios se muestren tan comprometidos como él lo fue con los problemas de su tiempo y desde luego, es absolutamente inusual que un intelectual tenga la energía y la capacidad de trabajo necesarias para poner en marcha grandes iniciativas que hoy son estupendas realidades como el Real Instituto Elcano, la Fundación Consejo España-Japón o el Foro La Toja-Vínculo Atlántico, que este año cumplirá su quinta edición. Nada de esto se consigue solo con una mente brillante sino con mucho esfuerzo personal. Bien podría haber suscrito Josep Piqué aquello de que el genio comienza las grandes obras, pero solo el trabajo las acaba.

Los intelectuales –sea eso lo que sea– pasan por ser personajes dedicados a la contemplación, al análisis o al estudio de las grandes tendencias sociales pero bastante ajenos a la realidad práctica de lo cotidiano. Pocos tienen éxito en la política o la empresa porque el mundo de las ideas encaja mal con las miserias de la condición humana o las inevitables limitaciones de la realidad. No hay más que leer a Ignatieff y sus memorias políticas Fuego y cenizas para comprender lo difícil que resulta esa convivencia. Sin embargo, el Piqué que yo conocí fue un intelectual de acción. Muy generoso con sus conocimientos, pero más generoso aún con su esfuerzo y su capacidad de trabajo.

Nadie en la vida somos nada sin trabajo y Piqué pudo ser lo mucho que fue y que estos días hemos recordado, gracias a una admirable capacidad de trabajo que no perdió ni en sus últimos días. Siempre estaba trabajando; en una nueva idea, en un nuevo artículo, en un nuevo proyecto, en otra reunión.

Era brillante y se podría haber conformado con ello, circulando por la vida como un pavo real desplegando sus muchas habilidades ante la concurrencia, pero no lo hizo; lo suyo era tratar de entender el mundo y luego ponerse manos a la obra para intentar mejorarlo. Por eso hoy somos legión quienes lamentamos su pérdida tan temprana y añoramos lo mucho que aún tenía que aportar a la sociedad.