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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

¿Votar? ¿En serio?

De verdad que no sé, cuando pienso en los meses de campaña electoral que vienen, si es la risa o la lástima lo que más me puede

En Sófocles, y en Eurípides, y en Esquilo se inaugura y se cierra el canon de la literatura occidental. No como un lamento. Como una matemática. Lo trágico no es la suma de horrores que sus leyendas de muerte y transgresión aportan al hombre griego. Lo trágico destella en la asombrosa sabiduría que permite hacer con ello aritmética verbal: combinación armónica de palabras, ritmos, música, relato, a cuya perfección ni una sola coma pueda ser añadida. Y cuando Paul Valéry haya de fijar el nuevo inicio de la tragedia en el siglo XVII, lo cifrará en un axioma, que él referirá a Racine y que nosotros podríamos poner bajo la advocación de Cervantes, Calderón, Lope…: «en las más hondas conmociones, respetar los subjuntivos».

Eso enseñaron a los atenienses sus poetas: que no hay arrebato, por hondo que sea, que autorice degradar el imperio de la expresión verbal perfecta. A ese imperio de la buena forma llaman los griegos sintaxis: palabra cuyo origen militar designa la formación de las tropas que van a entrar en combate. Sin esa formación, sin esa «syn-taxis», lo escrito sería basura. Más o menos reidora o gemebunda. Basura desechable, en todo caso.

Y es esa la basura con la que estamos siendo golpeados nosotros cada día: en los rescoldos de una lengua a la que el poder maltrata hasta extremos repugnantes. Porque el gran hallazgo político de los tiempos modernos es que se puede analfabetizar a una sociedad entera. Arrebatarle la elemental artesanía de saber leer un libro, robarle todo saber, infantilizarla hasta alcanzar esa imbecilidad perfecta que sólo la nulidad de nuestro sistema de enseñanza es capaz de generar. La rentabilidad política de eso es infinita.

Antes de convertir al ciudadano en simple proveedor de los votos que garanticen de por vida sueldo a los más sinvergüenzas de la tribu, es imprescindible que el tal acarreador de papeletas e impuestos haya sido primorosamente lobotomizado. Porque sólo un animal sin cerebro se avendría a votar por unos o por otros de estos cuya capacidad para estafa y robo se ha mostrado transversal a todos los partidos y partidas desde hace va ya para medio siglo. Si alguien puede esperar algo de gentes que han prometido todo cuando optaban al poder y todo lo han robado cuando lo alcanzaron, si alguien está dispuesto a hacer así el ridículo, es que realmente se merece las infamias a las que va a ser sometido por quienes se dirán sus «representantes».

Endecasílabo fulminante de Leopardi: «Non so se il riso o la pietà prevale». No, de verdad que no sé, cuando pienso en los meses de campaña electoral que vienen, si es la risa o la lástima lo que más me puede. Ahí llegan los candidatos: la subespecie de parásitos que se juró vivir de gorra a costa nuestra. Nos guste o no, los mantendremos. No hay remedio a eso. Habrá incluso quienes los voten. Allá ellos. Riamos. Mejor riamos. Total, va a salirnos por el mismo precio.