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Al bate y sin guanteZoé Valdés

Jettatura, Cuba lejos de Dios

Hicieron del marxismo-leninismo una religión, como todo lo que toca ese pueblo cada día más pobre de espíritu, que de cualquier estupidez hace una creencia

Desde el mismo año 1959 a los cubanos se les impuso alejarse de Dios, renunciar al catolicismo, renegar de su fe cristiana. El pueblo cubano (ya saben, il popolo) descolgó las imágenes de las paredes de sus hogares del Sagrado Corazón de Jesús para colgar las fotos del diente-cariado Fidel Castro y clamar: «¡Esta casa es de Fidel!». Y Castro no solo se lo creyó a pie juntillas, sino que les confiscó las viviendas.

Renegar de sí constituyó uno de los primeros pasos hacia su propia jettatura o mal de ojo; el hecho de transformarse en creyentes de una ideología única y excluyente, y devenir seguidores fanáticos de un ídolo de barro, los condenó quizás para mucho tiempo; hicieron del marxismo-leninismo una religión, como todo lo que toca ese pueblo cada día más pobre de espíritu, que de cualquier estupidez hace una creencia.

Seguramente ustedes me dirán: no generalices. Bien, llevo años intentando no generalizar, pero los hechos me demuestran lo contrario. Los sucesos, más sesenta y cuatro años de aguante carneril y energúmeno de más de once millones de habitantes frente al totalitarismo.

Jettatura se titula una novela de Théophile Gaultier publicada en forma de folletín en 1856, el personaje principal se va a Nápoles siguiendo a su enamorada, y ahí descubre que por alguna razón los napolitanos lo ven como un jettatore o portador del mal de ojo, de la mala suerte. Tras leer la novela pude entender por qué Cuba lleva tantos años hundida en el más apestoso de los lodazales: Fidel Castro fue y el castrismo sigue siendo, su jettatore y, por tanto, la trágica y demoníaca jettatura. Recuerdo que un periodista norteamericano llamaba a Castro I el «brujo rojo», no iba desnortado, nunca mejor dicho.

El pueblo cubano ha llegado a un estado en el que siendo portador de esa mala suerte ha encarnado una suerte de fetidez maligna que no perdona. Los espectáculos de acontecimientos horrendos se suceden día tras día en una suerte de hilo del mal, de tira del infortunio, imposible de evitar.

Hace poco un cubano hambriento decapitó con un machete en una cola a otro cubano hambriento, por una salchicha, que es lo que toca por la libreta de racionamiento, una salchicha per cápita por mes. Las imágenes son terribles, pero ahí están. Si esa energía de degollinas la emplearan en decapitar a la tiranía tal vez Dios nos volviera a oír y a recibir en su regazo, pero así, lo dudo.

Alejarse de Dios ha significado acercarse al mal, reemplazar la luz del Señor por las tinieblas del diablo rojo, lo que ha provocado consecuencias nefastas; pero, por mucho que se les diga, todavía no lo entienden.

También hace unos días vi que con un teléfono celular filmaban a un niño recién nacido en trance de morir, no pude terminar de ver aquello; al parecer la madre aceptó que el médico lo hiciera en aras de pedir ayuda al exterior, al exilio. Puede entender la desesperación, pero lo que no entiendo cómo esa agonía cotidiana no los empuja a luchar por la libertad de manera más radical. No me vengan con lo que hay que estar allí para entenderlo. No, yo estuve allí, y por ser radical no me permitieron jamás regresar a mi país. Sí, hay que pagar un precio, pero tratemos de que ese precio no sea una y otra vez el de la pérdida de vidas inocentes.

Recientemente, el cineasta Juan Carlos Cremata denunció en un programa televisivo en Miami el asesinato de su hija a manos del castrismo, también denunció algo de lo que todavía el mundo continúa engañado, como él mismo lo estuvo hasta hace poco, que aquel avión de Barbados presuntamente tumbado por un ataque terrorista organizado –según el propio Fidel Castro– desde el exilio no fue más que un auto ataque que el mismo Fidel Castro ordenó llevar a cabo para hacer creer al mundo que el terrorismo los acechaba e intentaba acabar con el socialismo en Cuba. No solo el pueblo cubano se tragó aquella «guayaba» (mentira) del tamaño de una sandía, el planeta entero quiso creerle al diablo rojo, en lugar de indagar mediante todos los medios posibles, y buscar la verdad con el amor de Dios.

Observo desde hace rato que Francia va por el mismo camino, en plena Semana Santa, semana de recogimiento espiritual y de respeto, el país continúa secuestrado entre los sindicalistas y los comunistas, du pareil au même, el odio y la violencia reinan, imposibilitan pensar con cordura y vivir una existencia normal. Ahora, ese odio y esa violencia no lo verás en pleno ramadán, en un país laico de confesión cristiana, donde los practicantes del islamismo superan ya a los practicantes de la fe católica; mal vamos. Eso es lo que le tocará a España si en las próximas elecciones vuelve a elegir al mal, frente a Dios, representado por su cultura, la cultura de la fe y de los valores. Porque la libertad, y no solo la de Cuba, pasa por la fe y los valores, de lo contrario la jettatura no nos abandonará jamás.