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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

O los echamos… o El Plan. No hay más

ERC ya ha puesto las cartas boca arriba: Sánchez tendrá que pagar con un referéndum o no podrá repetir en la Moncloa

No es fachendear. Es consignar un hecho. El pasado 23 de septiembre, El Debate publicó una información, firmada por Ana Martín, con el siguiente titular: «Sánchez quiere tomar el Constitucional para que permita una nueva consulta en Cataluña». Aquella información fue tachada por algunos de fabulación tremendista. Pero por desgracia para España, El Plan que allí se anticipaba se ha ido cumpliendo punto por punto. El último paso ya está encima de la mesa. El presidente separatista de Cataluña, de ERC, socio preferente de Sánchez, ha anunciado formalmente que en el arranque del próximo año, en cuanto pasen las generales, presentará su propuesta para un referéndum de independencia en Cataluña.

Por supuesto todo será enmascarado con amables eufemismos, a fin de que el PSOE pueda salvar la cara. De entrada, Aragonés lo llama «acuerdo de claridad» para «resolver el conflicto». Traducción: consulta separatista en toda regla para intentar destrozar España y montar la Cataluña independiente (con el plácet de un presidente del Gobierno que cometería la mayor felonía en la historia de la España moderna).

¿Cuál es el problema que afrontamos? Pues resulta evidente: si ERC exige a Sánchez algún tipo de consulta de autodeterminación como condición para montar Frankenstein 2, no hay duda de que el líder del PSOE acabará cediendo. Así lo hizo con los dos precios anteriores que se tenían por imposibles: indultar a los golpistas de 2017, y eliminar el delito de sedición y rebajar el de malversación a su dictado.

Las prisas que tenía Sánchez por asaltar el TC para convertirlo en un órgano a su servicio atienden también al Plan. Para que algo tan manifiestamente anticonstitucional como un referéndum para la ruptura de España pueda pasar el corte se necesita un Constitucional dispuesto a todo en favor del imperio perenne del «progresismo». Y para eso están ahí Conde Pumpido, el exministro Campo y una magistrada que desempeñaba su trabajo previo en el departamento de fontanería de Moncloa.

Mientras nos entretenemos con las plataformas televisivas, las cañitas, el fútbol y «el finde»; mientras disfrutamos de este maravilloso país que es todavía se llama España, vivimos anestesiados y ajenos al hecho de que nos podemos quedar sin ella en unos meses (o al menos en su versión de nación unida).

Una segunda legislatura con Sánchez, los comunistas, los separatistas catalanes y el partido post etarra traería el desguace definitivo. Una consulta independentista (primero en Cataluña y luego en el País Vasco). Una fragmentación del Consejo General del Poder Judicial, creando uno por autonomía, de tal manera que la última instancia sería la regional y el Supremo pasaría a ser un tribunal casi cosmético. Una probable apertura del melón de la inviolabilidad del Rey y un acelerón desde el poder para crear un gran debate público sobre la Monarquía, pues saben que si todo falla, el último garante constitucional de la unidad de España son el jefe del Estado y las Fuerzas Armadas.

Es decir, en el ciclo electoral que comienza en mayo y se cerrará con las generales de diciembre nos vamos a jugar España. Puede sonar trágico, pero es así. Los españoles tendremos que elegir entre echarlos… o El Plan (que consiste en Sánchez desguazando definitivamente la nación española en el mostrador de sus socios a cambio de cuatro años más pernoctando en la Moncloa).

¿Despertará el pueblo español y se percatará de lo que se juega en las urnas? Si no lo hace, en un par de años viviremos en un reino de taifas. La nación más vieja de Europa pasará a ser un país confederal, unido por los más laxos hilvanes y rumbo a su disolución como tal.

(PD: Este aviso, que debería ser repetido cada día en todos los medios de comunicación españoles con mínima cordura, patriotismo y respeto a nuestro sistema de derechos y libertades, no lo encontrarán en casi ningún sitio. Y desde luego jamás en las televisiones del semi monopolio de la izquierda).