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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Ministros horteras

El Gobierno pasará a la historia por sus desastres, pero permanecerá en la memoria por sus excesos, sus caprichos y su mal gusto

A Francisco Camps le llevan persiguiendo tres lustros unos trajes que no nos costaron un euro, porque se los regaló un «amiguito del alma» hoy convertido en otro «ese señor del que me habla». Las sospechas sobre las andanzas del presidente valenciano son legítimas, pero la persecución no ha tenido hasta la fecha un encaje judicial que convierta en culpable a un inocente linchado hasta la saciedad por los mismos que vacían el delito de malversación e indultan, civilmente al menos, al condenado Griñán y de paso a sus ERE, el mayor caso de corrupción de la historia.

El contraste entre el trato a Camps, que tiene cara de sospechoso y de mártir a la vez, y la indiferencia ante los abusos sanchistas, ha alcanzado el paroxismo con la indulgencia de la Prensa del Movimiento hacia los derroches constatados de varios ministros, a los que El Debate ha pillado gastando el dinero público en pijadas y lujos.

María Jesús Montero, la Niña de la Renta, despilfarró 24.000 euros en cambiarse la cocina, aunque debe dedicar a guisar en su casa gratis lo mismo que un guionista de TV3 a hacer chistes de Alá.

Diana Morant, la Cleopatra de Gandía, tiró del erario para cargarle los 125.000 euros necesarios para adornar su pirámide, como una faraona de extrarradio. Raquel García, la ministra de los trenes gigantes y los túneles enanos, solo ha sido buena transportando otro pico de 44.000 lereles del Presupuesto General a su vajilla, por si Montero le pedía alguna vez un barreño para hacer gazpacho.

Juan Carlos Campo, el ministro de los indultos hoy incrustado en el Tribunal Constitucional, se tiró año y medio acudiendo un día sí y otro también a Cádiz, donde floreció repentinamente la capital judicial de Europa, casualmente coincidente con su domicilio personal. Y su pareja, Meritxell Batet, ni siquiera se atreve a decir cuánto se gasta en sus cositas, no sea que a alguno le parezca llamativo hacerse las uñas en nombre de la separación de poderes.

La penúltima en subirse al carro de los caprichos ha sido Yolanda Díaz, que antes de restarle a Sánchez se fue a sumar a Latinoamérica durante noviembre, diciembre y enero: allí se fue a «ensanchar la democracia», que es como se dice en el argot a pegarse la Nochevieja en Brasil y a hacerse selfies con Lula, Mújica y si se hubieran dejado la Kirchner, Maduro, Castro y hasta el último de los socialdemócratas moderados, como ella.

Del coste de sus ensanchamientos no sabemos nada, aunque puede servir de indicio la tarifa de un blanqueamiento anal, multiplicado por el número de sesiones caribeñas y sumado al doble del cuadrado de la hipotenusa de fletar un Falcon y meter en él a otros libertadores: digamos 30.000. O 300.000. O 3 millones.

Porque la cifra da un poco igual, al lado del concepto: todos creen tener derecho a todo, incluso a gastos incompatibles con el decoro exigible en tiempos de apreturas y con los mensajes de dureza fiscal que sueltan por esas boquitas, nacidas para el garrafón pero abonadas al Moët Chandon, siempre y cuando pague otro.

Sánchez llegó al Gobierno a lomos de la transparencia, su coartada para justificar el asalto al poder negado por las urnas. Y a los cinco minutos plagió una tesis, colocó a la mujer, se marchó a dos palacios y convirtió el Falcon en el auto loco de Pierre Nodoyuna, siempre de gira, como huyendo.

E Iglesias, padrino de Díaz y ahijado de Zapatero, accedió a La Moncloa vistiéndose adrede como un muerto anónimo de una funeraria de caridad, insultando a los dueños de un chalet, limitando los salarios al triple del SMI y tildando de corrupción colocar a los amigos en puestos públicos. Para mudarse a continuación a una mansión, colocar a su choni y a la amiga de su choni y quedarse con el estipendio de dos Ministerios, que los niños comen mucho, no como los del resto.

Si el caso del Tito Berni va a perseguir al PSOE hasta las Elecciones por las prostitutas, más que por el posible choriceo, el de los excesos de Sánchez y sus ministros les acompañará de por vida: porque la memoria es frágil con la incompetencia, pero no con el abuso de nuevo rico hortera.

Puedes construir un puente torcido, como los de Calatrava te la clava, y meter debajo a familias desahuciadas, pero no mearles además desde arriba y esperar que disfruten de la lluvia.