Un teticidio silenciador
El tema no es teta sí o teta no, el tema es el pensamiento único imponiéndose en cada espacio de nuestra vida cotidiana; el tema es miedo a decir nada contra el establishment imperante; el tema es el ostracismo social al que estás abocado si dices lo que te incomoda
La vida nunca deja de sorprenderme. Debe ser verdad que la primavera la sangre altera: es sentir el calor del sol e inspirar la dulzura de estas tardes eternas y cálidas y todo se revoluciona… estamos más aturullados, más encendidos más sentimentales. Un estado de ánimo que propicia escenas interesantes. Me explico: paseábamos mi hija Carmen y yo imbuidas de ese alegre talante primaveral e improvisamos un café en una de esas elegantes terrazas cuyo modelo de negocio se basa en que un café supere los 6 euros. Era temprano, se estaba bien, había como mucho tres mesas con gente charlando. Entre aquellos biombos y sombrillas reinaba la paz y la armonía hasta que una familia de visitantes entró como lo hace un elefante en una cacharrería. Ni eran extranjeros ni eran de por aquí: Gorra de beisbol, riñonera Quechua, chaleco multi-bolsillos rollo «me voy de safari», bermudas a lo Coronel Tapioca y un afán sin consuelo por captar instantáneas de todo, incluidos nosotros, vecinos de la zona, tomando café. La avidez fotográfica era tal que hasta corregí mi postura comprimiendo abdominales para salir bien. Tenían dos niños también vestidos de mercenarios del turismo y, a pesar de que el padre torció el gesto al ver el precio del café, la magia del lugar (y que había wifi), les convenció y acamparon con su bullicio familiar. Nuestro sereno café quedó aniquilado. Los niños de hoy, si no se les enchufa a una pantallita, alteran la fisonomía de los lugares. Éstos eran invasivos y chillones, entraban por todas partes, se escondían detrás de la barra, te retaban con gestos, se lanzaban bolitas de servilleta mojada el uno a otro en un incansable juego que inevitablemente acabó con el llanto del menor de ellos, quien, al saberse ignorado por sus padres (estos sí estaban completamente abducidos por sus móviles) elevó el tono de su lamento que mutó a bramido estridente. Fue entonces cuando sucedió: aquel niño de unos 2 años, con dientes para comer filetes, estiró del jersey de punto de la madre, que no levantó la mirada de su pantalla, le bajó el escote hasta dejar al desnudo su pecho, le sacó una teta y se la enchufó. Él solito, sin más. Todos los presentes nos quedamos hipnotizados con la escena, era tan turbadora que el camarero derramó la Coca-Cola que les servía y reaccionó dándose la vuelta sonrojado para darle algo de intimidad. Los que allí estábamos cruzamos miradas fugaces ante un silencio clamoroso de incomodidad. En ese momento la Madonna del torso desnudo levantó la mirada de su móvil… hasta mi llegaba el sonido de los engranajes de su cerebro poniéndose en movimiento sin una pantalla a la que mirar… y, sintiéndose observada e incómoda nos miró desafiante «¿Qué coño miráis?! ¿Algún problema? ¡Esto es natural! Y tú, ponme Coca-Cola que no te van a morder» soltó guasona agitando sus carnes hacia el joven camarero de ligero bozo en el labio superior, incapaz de sujetar su mirada obstinada en posarse sobre aquella opulencia tetil. Ninguno dijimos nada. A ver quién era el guapo que se atrevía. El mutismo del aquel pequeño dictador enchufado a la teta desde la que nos miraba desafiante era suficiente recompensa para todos los presentes. La cosa no fue más lejos.
He estado pensando. Estos días se ha hecho muy popular una foto de una mujer amamantando un bebé con su hábito, su túnica y su antifaz puesto. Para «reivindicar el papel de la mujer y la madre en la Semana Santa» (Como si nunca hubiese habido mujeres en las procesiones ni mayor «madre» que la propia Virgen María) Es una foto que busca retar, enfrentar, agitar. El tema no es teta sí o teta no, el tema es el pensamiento único imponiéndose en cada espacio de nuestra vida cotidiana; el tema es miedo a decir nada contra el «establishment» imperante; el tema es el ostracismo social al que estás abocado si dices lo que te incomoda; el tema es la autocensura que nos imponemos. Es como si la vida en general se hubiese convertido en un conjunto de dogmas de lo «políticamente correcto» que te lleva a no opinar: hay cosas que no se pueden decir, es más, ni ser pensadas. ¿En qué momento todo ha cambiado tanto? Se ha erigido un imperio de minorías contra lo tradicionalmente aceptado y se nos dicta lo que lo que se puede decir, lo que hay que pensar y hasta lo que hay que sentir. Y callamos.
Resulta que soy madre, he amamantado y he cambiado pañales hediondos en lugares insospechados, todo ello sin ponerme en evidencia y sin ningún afán dogmático sobre los usos, costumbres o las reacciones que genero a mi alrededor. Siempre desde el respeto y el buen gusto. La primavera la sangre altera, es tiempo de decir verdades. Apoye los beneficios de la lactancia materna o no, a mí y a todos los presentes (incluida la madre amamante) la escenita nos dio corte. Aquello fue un teticidio silenciador.