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HorizonteRamón Pérez-Maura

Cuando Amazon te espía

Cuando los regatistas estaban descansando en sus aposentos en Tallin y comentaban en voz alta lo que desearían poder tomarse una Coca-Cola o un sándwich, a los 15 o 20 minutos aparecía y le ofrecía su cola y su sándwich. Siempre había alguien a la escucha

La primera publicación a la que yo me suscribí cuando tenía 14 años se llamaba Bitácora y era una revista mensual, con papel de gran gramaje, y dedicada exclusivamente al sector náutico, especialmente la vela, pero también el motor. En 1980 se celebraron los Juegos Olímpicos de Moscú, en los que las regatas de vela se celebraron en Tallin, Estonia. Hoy, felizmente, una república independiente. Recuerdo cómo me impresionó una crónica en Bitácora, me parece recordar que escrita por el gran José Luis de la Viña, en la que explicaba que cuando los regatistas estaban descansando en sus aposentos en el Centro Náutico Pirita y comentaban en voz alta lo que desearían poder tomarse una Coca-Cola o un sándwich, sin solución de continuidad a los 15 o 20 minutos aparecía en la puerta un camarero –con el que el regatista no compartía ningún idioma– y le ofrecía su cola y su sándwich. Siempre había alguien a la escucha.

Desde principios de año vengo teniendo problemas con mi teléfono, un Apple SE. Compré en octubre un ejemplar que me falló en enero. La pantalla se quedó negra. Como me iba tres días después a Pakistán no perdí el tiempo en pleitos y compré otro igual para garantizar que no tendría problemas en tierras lejanas. Así fue, pero cuando el nuevo teléfono iba a cumplir un mes, tuve exactamente el mismo problema. Por no alargar la explicación tengo ahora un tercer teléfono Apple SE donde el Jueves Santo se volvió a repetir el problema. Como tengo hasta dos colegas en El Debate que poseen el mismo modelo de teléfono y ellos no han tenido ningún problema hemos empezado a buscar si el desarreglo lo puede estar generando alguna aplicación. Con la ayuda de Alejandro, el comandante en jefe del software de este periódico, estuvimos repasando todas mis aplicaciones en el teléfono y nos generó bastantes dudas si debía mantener una que mide las distancias que corro cuando salgo a hacer deporte. Tengo la aplicación desde hace 10 años y ya llevo registrados más de 6.000 kilómetros. Pero es una aplicación que se actualiza con mucha frecuencia. Álex me indicó la conveniencia de desinstalarla y empezar a medir mis distancias y tiempos con aplicaciones específicas como las que se ofrecen en teléfonos inteligentes. Yo me resistí a la idea y lo dejamos ahí.

La anterior conversación –no hicimos ninguna búsqueda de ningún producto en la red– se mantuvo el lunes a última hora de la mañana. Cuando llegué a casa el miércoles por la noche me estaba esperando un paquete de Amazon. Era muy ligero. Lo abrí y sorprendido, encontré un «Smart watch. Your fitness tracker». Me quedé helado. Inmediatamente pregunté a mi mujer y mis hijos si alguien tenía algo que ver con esto. Como es habitual mis hijos pensaban que a su padre se le va la pinza. Miraron en mi cuenta de Amazon.es los pedidos que he realizado en los últimos meses. Nada. Llamé a Alejandro. Por supuesto él tampoco lo había hecho.

Mi mujer, mucho más pragmática que yo, llamó a una amiga común que ha hecho carrera dentro del CNI y su respuesta fue clara: «Es mejor que lo devuelva».

Claramente los espías de la KGB eran capaces de diferenciar entre desear algo o discutir si algo puede ser útil. Las escuchas de Amazon, no.