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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Cuando la izquierda hace el avestruz

Están aumentando las violaciones obra de menores, pero el «progresismo» soslaya factores clave que estimulan el problema

Esta dramática noticia, antaño insólita, se está volviendo cada vez más recurrente: una banda de menores asalta sexualmente a una niña de edad similar, normalmente en alguna población española suburbial. Las violaciones a cargo de menores están aumentando y el problema ya ha llegado a la arena política, como debe ser. Pero, ¿cuál es el diagnóstico de la izquierda que todavía nos gobierna? ¿Cuáles son a su juicio las causas y posibles soluciones?

La rama socialista apunta que el quid de la cuestión estriba en el acceso de los menores a la pornografía. Y es cierto que en todo Occidente se da el disparate de que críos en edades tempranísimas acceden a ese material sin cortapisa alguna desde los móviles. Por su parte, la rama comunista-populista del Ejecutivo rechaza por boca de Irene Montero que se restrinja el acceso de los niños al porno (algo esperable, pues hablamos de la misma pensadora que en su día defendió abiertamente las relaciones sexuales entre menores y adultos y jamás se retractó). Lo que propone la ministra de Igualdad para frenar el auge de las violaciones es «educar, educar y educar». Pero no educar para inculcar unos valores morales que ayuden a disociar el bien del mal, sino para que «los niños conozcan su propio cuerpo» y «para que aprendan el consentimiento desde el principio».

La izquierda hace el avestruz ante algunas claves que explican el aumento de las violaciones obra de menores. Ciertamente la difusión universal de la pornografía es un factor que debe considerarse. Pero la médula de este drama es otra. Radica en dos asuntos innombrables para la corrección política del «progresismo». El primero es que la creciente quiebra de la familia tradicional, sin el referente de un padre y una madre en un hogar ordenado, está desestabilizando las conciencias de muchos niños, que hoy carecen de unos valores morales inculcados en sus casas de manera constante. Y cuando eso no existe se evapora un freno mental que evita deslizarse por las peores sendas.

Los hogares rotos, los niños solos y absortos en sus pantallas y borrar a Dios del mapa no han sido grandes ideas y tienen en la práctica efectos perversos. Pero no encontrarán jamás ahí a Mi Persona y su imposible ministra de Igualdad, porque piensan que la familia tradicional y la fe en lo trascendente son macanadas viejunas de cuatro fachas. Lo apropiado es la docena de modelos de familia de Ione Belarra, chotearse de los creyentes, la fascinación por lo arcoíris y la liquidación del sexo biológico para inventar unos nuevos géneros superguays.

Un segundo problema que contribuye al aumento de las violaciones, también innombrable para quienes nos malgobiernan, es que la sociedad española ha mutado por la llegada de nuevas subculturas, que no son tan respetuosas con las mujeres como la española. Soy un convencido de que España necesita inmigrantes, creo que aportan y además sin ellos nuestra pirámide demográfica se derrumbaría. Pero en un debate honesto hay que asumir que las culturas musulmana y latinoamericana son más machistas que la nuestra y bastante menos respetuosas con las mujeres (tema del que jamás escucharán quejarse a Pam e Irene). ¿Qué se está haciendo cuando el violador es un pandillero de origen foráneo? Pues los medios del consenso «progresista» omiten sistemáticamente ese dato, que ayuda a comprender el problema, en nombre de un buenismo tontolaba que infantiliza al público hurtándole la verdad de las cosas.

Estudiar en serio el fondo de los problemas no se estila. Viste más soltar cuatro latiguillos políticamente correctos. Las violaciones y asesinatos de mujeres no han parado de crecer en los cuatro años de Gobierno «progresista y feminista» para todas y todos y mil violadores han salido ya de paseo por su torpeza legislativa. Ese es el desolador balance de la verbena del sofisma hueco.