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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Tenis

No merezco título alguno. Nadal, sí, y está tardando el Rey

Hoy, domingo, toca masaje y relajación. Estoy harto de la política y de los políticos. Leo que el mejor deportista español de todos los tiempos, Rafael Nadal, que a decir de su tío Toni, no es un tenista que juega lesionado sino un lesionado que juega al tenis, prepara su temporada para conseguir su decimoquinto Roland Garros, un aviador francés que no jugaba al tenis. Nadal ha renunciado a Montecarlo y Barcelona, con vistas a participar en Madrid y Roma y llegar a París tan lesionado como siempre y como siempre, irresistible. Me mantengo en la petición. Un título nobiliario, en nuestros días, no es más que un honor adherido a la costumbre, un reconocimiento del Rey a un español excepcional. Pero el Rey, ignoro el motivo, recela de su regia prerrogativa y mira hacia otro lado. Nadie ha representado a España en los últimos veinte años como Rafael Nadal. Se me antoja infumable que el conde de Godó siga siendo conde, con sus emisoras de radio entregadas al separatismo y La Vanguardia en el permanente «me voy pero vuelvo», y Rafael Nadal no sea el conde de Manacor. Aquí no hay esnobismo ni antigüedad. Hay demanda de la tradición de premiar a los españoles excepcionales que dan, día tras día, lecciones de lealtad, pundonor, trabajo, señorío, sacrificio y genialidad en nombre de España. La nobleza es historia, mucho más que el uso del título para reservar mesa en un restaurante de moda. Pero en fin…

Jaime Gil de Biedma, aquel buen poeta sobrevalorado, pidió perdón por nacer en la época del tenis. «Yo nací, perdonadme, en la edad de la pérgola y el tenis». Cuando el tenis se jugaba vestido de blanco y en los clubes no se permitía otro atuendo que el tradicional. Las marcas deportivas, que han convertido el golf en una pasarela de horteras, también han invadido las tradiciones estéticas del tenis. Sólo en Wimbledon se mantienen las normas, y por ello, además de por sus canchas de hierba, es el torneo por definición. Ahora en los clubes se exige la uniformidad de blanco para jugar al «Golf-Croquet», que se ha puesto de moda. Pero al tenis se puede salir a la pista perfectamente vestido de mamarrachos, como si el diseñador de su equipación fuera el modista de Yolanda Díaz o de Pam, pam, pem,pim,pom,pum.

Yo viví los últimos años de la edad de la pérgola y el tenis, y para llevar más blanco que el resto de los tenistas aficionados, jugaba con pantalones largos. Sinceramente, era muy malo en el revés, muy aceptable en los «drives» y un felino en la red. Se trataba de un deporte con un público entregado a las buenas maneras. En San Sebastián, una vieja condesa que compitió después de superar los 80 años, al responder una bola angulada, en pleno escorzo muelle, se fue de contundente y explosiva aerofagia sonora. La reacción del público no se hizo esperar, y en la pista 5 del Real Club de Tenis de San Sebastián, una cerrada ovación alivió en el ánimo de la condesa la consternación que le había producido su pedorreta imprevista. Y en ese mismo y maravilloso club, hoy desnaturalizado hacia la vulgaridad, la bella y elegante tenista Pilar Choperena, que competía a mi lado en el torneo de parejas mixtas, al responder con un «smash» una bola alta, lo hizo con tan eficaz rotundidad, que la bola en lugar de botar en el suelo, lo hizo sobre la cabeza de la contrincante, dando lugar al ataque furioso de «Humus», el perro de la contrincante, que nos sacó de la pista a mordiscos.

En ese caso, el público reaccionó con muy distinguida indignación, y el árbitro suspendió el partido y nos concedió la victoria. La dueña del perro «Humus» no se disculpó, y días más tarde, aprovechando un momento de distracción me soltó un sopapo que todavía me duele. Años más tarde supe que votaba a Herri Batasuna. Era más fea que Rentería.

Ante los agujeros que los dientes de «Humus» abrieron en mis largos pantalones blancos, me retiré del tenis. No merezco título alguno. Nadal, sí, y está tardando el Rey.