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Enrique García-Máiquez

Arrogancia del señorito

Ojalá el conflicto de Doñana se salde con la solución más conveniente para los trabajadores y para el parque nacional

No tengo la querencia de defender al PP por defecto, aunque sostener la verdad pasa por encima de mis querencias. Sucede que Teresa Ribera, vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica, para criticar la legalización de regadíos en los alrededores del Coto de Doñana, ha llamado a Juanma Moreno Bonilla «señorito» y, todavía más, ha calificado su actitud como «arrogancia de señorito». Me faltan conocimientos técnicos para hacer un juicio a fondo de la cuestión ecológica, pero sí sé de lo otro.

Lo chocante es que Moreno Bonilla es de una familia muy humilde. Su abuelo era jornalero y sus padres fueron emigrantes a Barcelona, donde el padre trabajó de delineante primero y después de taxista. No parece que él pueda decir, como Manuel Machado: «de mi alta aristocracia dudar jamás se pudo». Los orígenes familiares de la vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica son, en cambio, mucho más mullidos, como ha señalado Rosa Belmonte. De manera que tenemos la incoherencia de una progre-pija, como se llaman en español a los bo-bos franceses, acusando de señorito a quien no se merece ese apelativo ni de refilón.

¿Por qué? Yo diría que se solapan dos prejuicios feísimos. El primero es que, siendo Moreno Bonilla andaluz, y yendo por la vida sin una soleta, ya se deduce que, puesto que no es un trabajador del campo, tiene que ser un señorito. Tertium non datur, que diría un escolástico. No puedo tener pruebas de que éste ha sido el silogismo de Ribera, pero tampoco dudas.

El prejuicio superpuesto es ideológico. Una señora de barrio elegante de Madrid, casa cómoda y colegios caros, como es de izquierdas, ya puede permitirse llamar «arrogante señorito» al hijo de unos emigrantes, porque éste es vagamente de derechas. Esta superioridad moral de la izquierda les nubla el sentido común y, en este caso, el sentido del ridículo, además.

El sentido de la oportunidad también. Ya digo que carezco de los conocimientos técnicos y medioambientales para juzgar la racionalidad o no de la legalización del regadío; pero una cosa está clara. Aquí Moreno Bonilla, el PP y Vox, que también apoya esta medida, están del lado de los trabajadores de la zona. De los currantes. Los señoritos (que los hay de todos los colores) no están trabajando en las fincas anejas, doblando el lomo, eso está claro.

Si Teresa Ribera lo hubiese llamado «astuto», «calculador» o «taimado», todavía. Pero la arrogancia no es un defecto de Juamna Moreno. Empezó a seguirme en Twitter cuando aquella primera campaña andaluza que, según todos los pronósticos, venía a perder frente a Susana Díaz. Participé en un encuentro con él y pude decirle lo decepcionante que me parecía el abandono del campo cultural y el pensamiento de fondo por parte del PP. A pesar del rapapolvo de un desconocido, él me siguió en las redes; y no ha dejado de hacerlo a pesar de un buen puñado de artículos críticos con su gobierno o, incluso, con su afición a ser fotografiado. No da el perfil de un arrogante.

Ojalá el conflicto de Doñana se salde con la solución más conveniente para los trabajadores y para el parque nacional. Mientras tanto, nos ha quedado claro que la vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica no ha tenido mucho tino insultando a su rival. Otra cosa hubiese sido que eso de «señorito» se lo hubiese dicho a Moreno Bonilla el aforista polaco S. J. Lec, autor de este magnánimo programa: «Hay que popularizar el elitismo». Eso sería otra cosa. El presidente andaluz demostraría que, con trabajo duro, preocupación por sus administrados y una ideología no demasiado equivocada del todo, se puede ser un señorito y, sobre todo, un señor. Eso sí hubiese sido interesante de sopesar, pero no es lo que ha querido decir Teresa Ribera.