Una lágrima por ti, España, y otra por mí
Cuando el presidente del Gobierno afloja la tensión maxilofacial y modula la voz como si fuera el buen yerno que toda suegra quiere tener, sabemos o que nos va a soltar un «aló presidente»
El 22 de noviembre de 2022, hace casi cinco meses, y cuando ya se contaban por decenas los violadores beneficiados por la ley del «solo sí es sí», Pedro Sánchez dijo sentirse «orgulloso» de esa norma y esperar confiado a que el Tribunal Supremo sentara doctrina. El alto tribunal lo hizo, claro que lo hizo con el caso Arandina, pero en la dirección opuesta a lo que esperaba el presidente. Hubo de pasar mucho tiempo para reconocer el drama: meses, el turrón, los Reyes Magos, el adiós al delito de sedición, el hola a la malversación rebajada, Falcon para allá, Falcon para acá, vacaciones en Quintos de Mora y en las Marismillas y muchas encuestas, muchas, todas arrojando la misma conclusión: con el bodrio legal de Irene Montero el PSOE se desplomaba en la intención de voto.
A Sánchez la camisa no le llegaba al cuello. Y fue entonces cuando el 29 de enero de este año, con 250 condenas aminoradas, manifestó su intención de cambiar una ley que, sabemos muy bien, se hubiera quedado en sus actuales aberrantes términos si a Su Sanchidad no le hubieran temblado las piernas. Por eso, cuando habla de los efectos indeseados de la reforma sabemos bien que esas consecuencias no esperadas no son los 978 violadores que han visto mejoradas sus penas ni los 104 monstruos que ya están en las calles gracias también a Sánchez y Montero, no, se refiere realmente a la alarma social que ha generado y que le amenazaba en las urnas.
Ayer dio una vuelta de tuerca más explorando el camino de la humildad -un oxímoron para Sánchez-, y pidió «perdón» a las víctimas de las agresiones, como si les hubiera pisado involuntariamente un pie. Cuando el presidente del Gobierno afloja la tensión maxilofacial y modula la voz como si fuera el buen yerno que toda suegra quiere tener, sabemos o que nos va a soltar un «aló presidente» sobre lo fuertes que saldremos de la pandemia o, como buen populista, va a usar el sentimentalismo para ablandar los corazones socialistas que ya no estaban dispuestos a tragarse esta rueda de molino sanchista.
«Si hay que pedir perdón a las víctimas, yo pido perdón», su entelequia de manual: si hay que pactar con los proetarras, pues se pacta; si hay que indultar a los separatistas, pues se indulta; si hay que perdonar la corrupta malversación de los correligionarios, pues se perdona…, aunque sea con lágrimas en los ojos, como Nerón: «traedme el vaso de lágrimas, una lágrima por ti España, otra por mí».
Esa carga moral que tiene el perdón conllevaría un reconocimiento del daño que, evidentemente, no existe puesto que el líder socialista sigue defendiendo esta chapuza como una buena ley, «que pone a España en la vanguardia de lo que es la protección de las víctimas». Si este nuevo Código Penal fuera el campeón europeo en la lucha contra la violencia sexual, la reforma hubiera tenido una factura técnica impecable y jamás hubiera abierto las puertas de las cárceles a los depredadores sexuales.
Entre sus obligaciones hubiera estado oír a los órganos consultivos que alertaron de la tragedia que estaba por venir; haber cesado a la ministra responsable que tiró a la papelera las advertencias y mandó a su secretaria de Estado a reírse de las víctimas; y haber impulsado una contrarreforma –este jueves veremos si finalmente se materializa con la ayuda del PP– con la primera sentencia revisada, no tras caerle las encuestas encima.
El 58 % de los agresores que se han beneficiado de la ley violaron a menores: no creo que sus padres estén para unas lágrimas de cocodrilo que solo quieren lavar las expectativas electorales del responsable del desaguisado.